Mamáaaaa!
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Realidad «decaf» -o maternidad real-

Me encanta el cine pero reconozco que las películas hollywoodenses nos han hecho mucho mal. Ni qué hablar de esas fábulas infantiles y de los cuentos de hadas y princesas que tanto escuchamos de niñas. Y digo niñas, porque a nosotras nos gusta creer en esos mundos encantados, y porque los varones están demasiado ocupados jugando al fútbol como para imaginarse un minuto en los zapatos de Cenicienta.

Las películas de cine europeo no son lentas, son reales. El cine hollywoodense compró la estética de videoclip y en una hora y media nos muestra la vida de una pareja que se conoce, casa y tiene hijos, cuando a los franceses, ese tiempo apenas les da para esbozar el sentimiento que surge cuando dos personas se encuentran.

Lo que pasa cuando uno consume demasiado cine yanqui es que se imagina cosas que en la realidad son muy distintas, y no porque no comamos panqueques con salsa de arándonos en la mañana o no nos llevemos el café “decaf” en la camioneta, camino al trabajo. Sacando esas diferencias escenográficas, me animo a decir que los yanquis cuentan el cuento más digerido, mirado desde lejos, mientras que los franceses se meten en la historia, en detalle. Ahí radica la diferencia, porque claro está, parisinos y neoyorkinos se enamoran de igual manera, conforman familias y tienen hijos, y todas esas cosas les llegan con un paquete más o menos similar de desafíos, contrariedades y cuestionamientos. Y sin embargo, sus cuentos son distintos.

Cuando era niña, me imaginaba a los 18 años viviendo sola con mi mejor amiga. A los 18, ni siquiera podía hacerme cargo del café con leche de la mañana, mucho menos de alquilar un apartamento o de pagar la cuenta de OSE (prefiero poner OSE, porque la de UTE todavía me cuesta). Me imaginaba un futuro que con el tiempo me di cuenta que era irreal, porque tenía una carga demasiado alta de expectativas.

Tras varios golpes de cabeza, me di cuenta que toda vida mirada de a fragmentos puede ser un buen argumento de princesas. Si no me creen, piensen en todas esas parejas que en el casamiento proyectan las 30 mejores fotos de su noviazgo. Todos tenemos 3-4 fotos de algún atardecer en una playa… algunas otras de reuniones con amigos, alguna de “aquel” asado inolvidable y otra con el flamante sobrino en brazos. En todas sonreímos, y como elegimos las más lindas, no hay ninguna que nos agarre desarregladas, claro. En esa selección que mostramos, no hay fotos de aquellas rabietas que nos agarramos con el novio porque desde que convivimos deja la toalla tirada en el suelo del baño -¿esperando que la madre se la levante?-, o de cuando discutimos porque otra vez tiene “algo” cuando le avisamos que el domingo de tarde tenemos un cumpleaños infantil.

Los novios vienen con todo eso -¡y mucho más!- e igual los elegimos como compañeros de vida porque entendemos que tienen más ticks en la lista “+” que en la de “-“.

En la vida, la realidad tiene siempre un lado B, por más que pasado el tiempo, con el diario del lunes, nos olvidemos de los detalles.

Cuando una se embaraza, esos nueve meses de reinado en los cuales te dejan el asiento en el bondi, te consienten como una bebé y te hacen sentir una persona mirada y mimada, llegan con vómitos y náuseas… con granos… hinchazón y pesadez… y con unas ganas bárbaras de dormir y de poner “pausa” en las obligaciones laborales para reenganchar tiempo largo después, pos siesta, pos malestar, pos cansancio. El embarazo tiene todo eso, así y todo, están las mujeres que dicen que es el “estado ideal”, y otras -de espíritu más francés- que solo lo bancan porque saben que es lo que deben hacer para traer a su hijo al mundo.

Con la llegada del recién nacido a casa, pasa algo parecido. Llega con él ese olorcito a colonia Johnson, a ropita lavada con jabón neutro y cambia el interiorismo de la casa con carros, cuna, mecedora, sonajeros, ositos y demás. Todo nuevo. Con él llegan también las noches sin dormir, las discusiones de pareja para ver quién se levanta, las preocupaciones porque el nene hizo caca verde y hoy está descompuesto, las opiniones de abuelas, tías y madres “más experientes”.

En pocas palabras, el bolso de sanatorio se va con todo limpito y a estrenar, y vuelve con ropita cagada y babitas llenas de provechitos. ¡Y es lo mejor que nos puede pasar! La beba no es rubia ni yo me veo en las fotos con brushing ni maquillada. Se me escapan los rollos, tengo el pelo pegado a la cara de tanta grasa, y la nena sigue con la cabeza ahuevada y la carita hinchada aunque ya pasaron dos días. Realidad.

Luego de ser mamá, dejé pasar unas semanas, y en casa, recién bañada, con la niña con la carita más linda me saqué varias fotos. Son las que ella verá en unos años para recordar sus primeros días de vida, mientras yo le cuente sobre lo divina que era, de su mirada especial y de cómo nos comunicábamos solo con mirarnos. En esos cuentos seguramente obvie los detalles, le voy a contar solo lo importante… que la vida le muestre todo lo demás.

Por Carolina Anastasiadis

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