Hoy es mi cumple y ese es uno de los motivos por el cual amo febrero. Toda mi vida esperé con ansias este mes, porque en general llegaba con lindos encuentros y celebraciones. Noches lindas, buenas lunas, carnaval, días que todavía son largos y un ánimo disfrutable; incluso el trabajo es liviano en febrero. La gente anda mejor.

Pero hoy febrero para mí no solo es esa felicidad sino sinónimo de libertad. Sí. De LI-BER-TAD. ¡¡Se acabaron las vacaciones!! Y YO FESTEJO. No es una contradicción mamis. Es que enero ya no es lo que era. Con niños, enero es:

… limpiar arena… barrer arena… cuatro horas del día destinadas a poner protector, media hora diaria de correr niñas para que se pongan el gorro… cortar uñas día por medio (no sé qué les pasa en verano pero mis hijas tienen más uñas que pelo)… idear cuarenta actividades para hacer entre las 13 y las 17 hrs. cuando es imposible la playa… pensar y ejecutar comida no 4 veces diarias sino 8 (algo les pasa también a nivel de hambre: todo el día quieren comer!). Limpiar banana en el piso y paredes, disimular el yogur en el sillón de la casa alquilada y poner 3 lavados de ropa por día. Leí por ahí que en vacaciones una se transforma en madre “24 x 7”, y es así. Aunque esa cuenta da cerca de 500 horas de trabajo según nuestra sensación interior.

Por eso, la llegada de febrero es un ALIVIO. Un tiempo feliz por los motivos que siempre estuvieron pero además, por la vuelta del jardín de infantes para la chiquita, el comienzo de la colonia de vacaciones para la mayor, y el regreso de la rutina para todos. Y no es así solo para nosotras… ellos también lo sienten. En uno de los últimos asados de vacaciones, un padre primerizo le preguntó a otro más experimentado (con tres nenes): ¿Qué harías si tuvieras 10 días más de licencia y la casa de playa gratis para quedarte? La respuesta fue contundente: ¡Me vuelvo a Montevideo!… Enero con niños es agotador y por eso febrero es buena noticia. ¡Basta de tanto protector! ¡Basta de limpiar paredes con banana! Bienvenido febrero. Gracias por venir.

Por Carolina Anastasiadis