Corro. Corro, corro, corro. Trabajo, levanto a Alfo del jardín, almuerzo en casa (algo que me propuse desde que soy mamá, pensando ilusamente que así podría «desacelerar»…), pero de repente, mientras comemos, estoy pendiente del celular.
Alfonsina también come, se levanta de la mesa, va a saltar al sillón y vuelve. Me quejo, “¡quédate quieta Alfonsina!”, y siempre digo no saber de dónde saca tanta energía; quiero que se quede quieta pero a mí me cuesta estar quieta. Antes de que ella naciera, ya me lo advirtieron sus abuelos: “Si sale a vos no va a aprender a caminar; ¡directamente va a aprender a correr!”. Y me doy cuenta que no le erraron, que nada es casual. Miro mi árbol y descubro que mamá era igual. Va…Es igual. Sigue trabajando 10 horas por día a pesar de sus… (no me deja poner la edad, pero ya podría ser jubilada).
Una aprende a vivir a partir de lo que recibe de sus referentes. De a poco lo más natural del mundo tiene que ver con ese chip que nos inculcan en casa y que nosotros reproducimos sin cuestionar porque es la manera en que sabemos hacer las cosas. No cambiamos nada hasta que nos juntamos para convivir y nos damos cuenta que hay miles de forma de llevar adelante una casa, una vida. Que a alguna gente le molesta que la tapa del wáter quede levantada y que otra gente puede vivir feliz con el caos universal. Cuando llegamos a ese estado de la vida, «lo natural» -o normal- empieza a relativizarse.
Más tarde llegan los hijos, y ¡puuum!…se cae la estantería; chau patrones. Una ya no cuestiona la tapa del wáter levantada o la pasta de dientes apretada por la mitad, sino cosas un poco más trascendentes. Y aparecen preguntas: ¿cómo quiero educar a mis hijos? ¿Qué cosas quiero reproducir y cuáles cambiar? ¿Qué será lo mejor para él? Mi hijo es diferente a mí, lo noto, y seguro no todo lo que hicieron conmigo es lo mejor para él. Lo sé.
Mientras me puse a rearmar mi estantería, hace ya más de tres años, caí en la cuenta que el estrés y la ansiedad fueron siempre patrones constantes de mi casa de origen. Mamá trabajando mil horas y corriendo para llevarnos y traernos a los tres (al baby fútbol, al básket, al taller, al atletismo, a la escuela, al inglés)…y papá igual, aunque su tempo natural fue y es claramente otro. En su casa de origen, siempre vivieron con menos prisa.
En fin.
En esta búsqueda por elegir mis propios pilares, aprovechando mi profesión, consulté a algunos profesionales y descubrí que es mucho más frecuente la ansiedad en los niños que el tan de moda déficit atencional. Y en gran parte esa ansiedad de los niños responde a la ansiedad de quienes somos padres hoy, que vivimos atrapados por el ritmo impuesto por la sociedad. Pero lo grave no es que ellos vivan corriendo, que hagan muchas actividades, sino que en esa prisa, no contacten consigo mismos y sean personas que de adultos no sepan disfrutar de la vida, o sea, poco inteligente emocionalmente, poco felices.
En mi búsqueda por bajar la velocidad para educar con calma y en la clama, di con dos recomendaciones de lectura (gracias Ale De Barbieri!). Aquí las comparto para todos aquellos que a pesar de su vida loca, estén tratando de parar, para educar niños que sepan disfrutar de la vida.
Carl Honoré. Este periodista escocés radicado en Londres fue el creador del bestseller Elogio de la lentitud. En ese libro, da cuenta de cómo la rapidez nos hace consumir la vida en vez de saborearla y disfrutarla, y de cómo el ritmo acelerado termina por traducirse en enfermedades. Años después de ser uno de los abanderados del Movimiento Slow, fue papá. Una noche, mientras leía un libro a su hijo, algo le incomodó. Estaba salteándose partes para llegar rápido al final y dormirlo de una vez. Obviamente, su hijo que sabía el cuento de memoria, algo le hizo ver. Al tiempo bajó su filosofía “slow” a la crianza en su libro Bajo Presión. Les dejo algunos de sus principales conceptos…:
- “Cuando los adultos controlan al milímetro la infancia de los niños, éstos pierden todo lo que da satisfacción y sentido a la vida: pequeñas aventuras, disfrutar del sentimiento anárquico, viajes secretos, juegos, contratiempos, momentos de soledad e incluso de aburrimiento. Sus vidas se convierten en extrañamente sosas, sin logros personales y en cierta medida aburridas y artificiales”
- “Se ha demostrado que el juego básico, puro, sencillo, que hace un niño con un lápiz y un papel o una caja de cartón es mucho más fértil, sano y útil para su desarrollo cerebral. Pero hemos comprado la idea de que para que las cosas sean buenas tienen que costar más dinero, ser sofisticadas y llevar una marca. Existe una cierta arrogancia en esta generación, creemos que el mundo ha cambiado y que tenemos que cambiar la infancia”
- “Hay que recuperar la confianza, dejar de lado el ruido, el pánico de fuera y buscar nuestro propio equilibrio. Todos los padres tienen la sensación de que están en la locura, pero todos tenemos miedo de dar el primer paso: “Si yo reduzco la presión, mi hijo fracasará”, así que es bueno conversar con otros padres y sumar. Pero mi conclusión es optimista, nos estamos dando cuenta que hemos perdido el norte y de que ha llegado el momento de agarrar el péndulo y devolverlo al centro”.
Catherine L’Ecuyer. Es canadiense, abogada de profesión, y madre de 4. Desde que es madre se ha puesto a investigar y publicar sobre temas de educación. En la línea de Honoré, promueve también desacelerar el ritmo de vida, para acompañar el ritmo natural de los más chicos y, sobre todo, pone el foco en la importancia de habilitar el asombro –algo imposible de hacer a las corridas-.
Les paso algunas de sus frases-concepto que ella promueve en sus dos libros (Educar en el asombro y Educar en la realidad):
- En cada niño todas las cosas del mundo son hechas de nuevo y el universo se pone de nuevo a prueba. Un niño ve por primera vez el cielo, y estrena el cielo.
- Los niños se paran maravillados porque han visto algo que brilla en el suelo…, y las madres dicen: «¡Deja esa porquería!».
- El asombro es el deseo de conocimiento, es no dar el mundo por supuesto, por eso debemos educar en el asombro. El asombro es el motor de la motivación del niño.
- El asombro requiere libertad interior. Según Tomás de Aquino, hay dos fases en el conocimiento: la primera es el descubrimiento y la invención, y la segunda, la disciplina y el aprendizaje. Hemos invertido el orden: en las escuelas se aprende de fuera hacia dentro, no de dentro hacia fuera.
- Los niños- tienen la clave de la felicidad: vivir con intensidad y asombro cada momento presente. Eso es natural para los niños, no se lo robemos.
- Si dejamos que vean y vivan cosas que no les corresponden, las etapas se aceleran. La edad de la infancia es la edad del juego, de la imaginación; si no la pasan de pequeños, serán adultos inmaduros.
Por Carolina Anastasiadis
Muy acertado todo lo expresado en estos ejemplos y formas de actuar….nos hace vernos en nuestro espejo diario y que si se pueden intentar nuevos caminos…cada generación tiene que experimentar sus propios desafíos.
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