Mientras pensábamos el mensaje final del año para compartir con ustedes, nos llegó el texto de Amanda (una mamá primeriza, seguidora de nuestro blog) cuyas palabras -creemos- reflejan mucho de lo que sienten las mujeres que estrenan título de mamá… Para cerrar el 2016, compartimos su columna, que engloba este sentimiento único e incondicional que sentimos por nuestros hijos. Gracias a todas por leernos!!! Nos reencontramos en 2017 con muchas más notas, entrevistas, reflexiones y… novedades!!! ¡chin chin!
Por Amanda Brito del Pino
Este 2016 sin dudas me dejó muchas enseñanzas. Podría decir que por primera vez en mi vida viví algo muy cercano a un milagro, fui mamá por primera vez. Nunca me voy a olvidar de ese minuto en el que el neonatólogo me mostró a Julián y él, muy tranquilo, dormido, de golpe empezó a llorar como diciéndome; “¿che, por qué me sacaron de ahí adentro que estaba tan calentito y cómodo?”. Fue durante esos minutos que entendí que estaba viviendo un momento más allá de la felicidad que conocía hasta ese entonces, no podía parar de mirarlo y llorar, llorar, y llorar de la emoción que me generaba pensar que en 38 semanas había logrado formar a una personita así, adentro de mi panza. En esos mismos minutos entendí que de ahora en más una parte de mi corazón ya no me pertenecía. Que un pedacito de mí iba a estar por el mundo y que los responsables de cuidarlo y darle la mejor vida posible éramos nosotros dos, su papá y yo.
Durante los siguientes meses aprendí muchísimas cosas; aprendí que la desinformación de las mamás primerizas nos lastima, que las críticas relacionadas a la maternidad no llevan a nada y que los preconceptos pueden generar un daño irreparable. Pueden hacerte perder minutos, segundos, horas que no se van a repetir nunca más. Horas que deberíamos atesorar para siempre y no perder con preocupaciones que no suman.
Entendí que los fundamentalismos no sirven, que todo lo que pensaba y decía antes de tener a Julián en brazos, mi bebé lo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Me di cuenta que tener un hijo es mucho más que un parto o una cesárea, que la crítica hacia la cesárea es infundada y que el discurso del parto humanizado llevado al extremo puede dañar emocionalmente a mamás que de por vida van a recordar con angustia el nacimiento de sus hijos por haberse imaginado ese momento de una única manera, perdiendo de vista que en definitiva lo más importante no es cómo nacemos sino que podamos nacer sanos y salvos en un entorno de amor, cariño y respeto.
Me di cuenta que la depresión post parto no es un invento, que el primer mes de vida de tu hijo te impacta como nada nunca antes lo había hecho y que el afecto y la contención en esos días es invalorable. La angustia que se siente es profunda y es que la transformación te llega hasta los huesos, dejás de ser quien eras para ser una nueva persona.
Dimensioné la importancia del peso sociocultural que tiene la figura de esa mamá perfecta, dando de mamar sin dolor, con el pelo y las ropas impecables, sin un gramo de panza y con una sonrisa de oreja a oreja a los dos días de parir. Nunca había imaginado cuánto me iba a pesar, cuánto iba a llorar por no tener la fortaleza para darle de mamar mucho tiempo a mi bebé y cuánto me iba a doler que todo el mundo opinara sobre si daba o no pecho y qué tan buena o mala madre era por darle una mema con complemento. No me imaginé que iba a estar tres meses vestida de entre-casa, con unas ojeras tremendas intentando buscar las 1.000 soluciones para los cólicos del lactante.
También me di cuenta que el apego se construye día a día, desde el momento en que tenés a tu hijo en brazos. Es en cada cuidado, en cada mirada, en cada mimo que se va formando ese vínculo único e irrepetible. No sólo la lactancia lo construye, cada minuto que compartís con tu bebé ayuda.
Conocí a muchas mamás reales, algunas muy cercanas amigas del corazón y otras casi desconocidas que me dijeron que lo que estaba pasando era normal y me ayudaron a no sentirme culpable por no vivir la maternidad como las mamás de las publicidades. Me di cuenta que hay una red invisible y solidaria de mamás sinceras que ayudan a que esos primeros días de realidad tan abrumadora sean más fáciles.
Me extrañé mucho, extrañé mi trabajo, a mis amigas, mi pareja, mis salidas, mis tardes de siesta, mis idas a la peluquería, extrañé mi independencia, extrañé el tiempo para mí pero al mismo tiempo no quise ni quiero despegarme mucho de ese milagro con ojos dulces y una sonrisa increíble que es mi hijo.
Julián me enseñó a sentir más. A sentir una angustia desgarradora por solo pensar que le pueda pasar algo a mi bebé y a otros bebés. Aprendí que todo lo que le pase a ese pedacito de corazón que ahora gatea y balbucea me pasa a mí y que pase lo que pase siempre voy a hacer lo posible porque él sea feliz. En definitiva, porque lo más lindo del mundo es intercambiar entre nosotros esas miradas con un amor que no conocía hasta ahora.
Me di cuenta que la maternidad es un milagro, que los hijos nos vienen a enseñar todo lo que necesitamos aprender y lo más importante, que la perfección no existe, que los ideales y los planes no se corresponden a la realidad y que disfrutar de los pequeños momentos del día a día es lo más importante en la vida. Que estos milagros llamados hijos, de la panza o del corazón, son el motor más potente para los cambios y que nos enseñan a disfrutar de la vida como realmente hay que hacerlo, valorando cada momento de felicidad real, dejando de lado los ideales.
Hermosa tu historia!!! Mientras leía recordaba mis experiencias y cuanto ayuda saber q alguien más le pasó o le pasa igual q a una te «tranquiliza» montón. Lo mejor p ti y tu flía y xq no, para un 2do bb. Gracias x compartir tus vivencias. Bs
PD: soy mamá d 2 niños!! 🙂
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