Mamáaaaa!
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Un hito inevitable

Cualquier persona con un poco de razón y algo de sentido común sabe que algún día le va a pasar. Es como hereditario y está en el inconsciente familiar aunque nadie lo cuente; sabemos que le pasó a nuestros bisabuelos, abuelos, padres e incluso a nosotros y es obvio que el hito no se saltea generaciones. Tarde o temprano, el bebe SE CAE DE LA CAMA.

Me pasó el 15 de junio de 2014. Estábamos Alfonsina y yo mano a mano en casa, acababa de dormirla en la cama grande y reinaba un silencio sigiloso, divino… de ese que da miedo romper. Hasta el perro había entendido que esa noche, no podía ladrarle al vecino cuando se pusiera a fumar en el lavadero.

La dejé dormida, entre almohadones, de la misma manera en que lo había hecho todas las noches en los últimos 12 meses. Y caminé a su cuarto, para preparar su cama y encontrar a Nina entre la multitud de peluches. Cinco pasos me dieron para ir de mi dormitorio al de ella y ocho segundos alcanzaron para que hiciera el trayecto de ida y vuelta.

Cuando volví al dormitorio grande, la vi gateando en la cama y caer de cabeza al suelo. Fueron ocho segundos, aunque los últimos tres los viví y reviví en cámara lenta dos millones, trescientas cuarenta veces después. Las mismas veces que luego me reproché haberla dejado sola. En cada reply intenté detectar en cámara lenta, en qué parte de la cabeza se había golpeado.

Lloró mucho, la levanté y llamé a mi madre para que viniera –ella y la experiencia de todas las generaciones anteriores-. Mientras la esperaba llamé también a la emergencia para sacarme algunas dudas y para pedir una visita. “Señora, quédese tranquila, si el piso es flotante, el golpe seguro fue menor”.

Medí la altura del colchón al piso e intenté repetir el golpe para tener una idea del impacto. La angustia y la culpa de haber desafiado la frase cliché (“nunca dejes solo a un bebé”) me hicieron sentir horrible, mala madre e incapaz. Primeriza.

Hora y media después, mientras hacía tiempo para no dormir a la beba tras el golpe y en casa sonaba “el Gallo Pinto”, sonó el teléfono: “Está todo bien gordi. Acá, de fiesta, sin novedades”.

Al otro día me confesé entre amigas y me alivió escuchar cuentos mucho peores. Me di cuenta que hay varios felices sobrevivientes en cada familia; algunos que se cayeron de la sillita de comer porque el mayor “responsable” se olvidó de atarlos, bebes que se cayeron de cabeza desde el cambiador en la milésima de segundo en que la madre se dio vuelta a buscar algodón…y otros que han rodado escaleras. Como todo lo que sucede cuando las mujeres se juntan, me enteré que muchos de esos cuentos son secretos guardados bajo llave.

Pablo llegó de Brasil a los dos días, entre cuentos de sambas, feijoadas y cervezas, no me aguanté y le conté el secreto. La respuesta confirmó lo que siempre conversamos entre amigas, lo que para nosotras es un mundo complejo, para ellos es un simple hecho. “Cosas que pasan; bastante que superamos el año sin caídas”, me dijo. Gracias.

Por Carolina Anastasiadis

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