Mamáaaaa!, Ser
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Abuelita, todo sigue igual

La luz llegó a casa tarde, mucho más tarde que a las casas de mis amigas. Ya no había que esperar a que oscureciera para que papá prendiera el motor, ahora podíamos mirar televisión a toda hora. Aún recuerdo la emoción que sentí al poder prender luces, escuchar música y grabar mis historias a cualquier momento del día. Porque desde chica quise contar historias. Creaba radioteatros, me encerraba en mi cuarto a escribir guiones y después grababa y grababa; actuaba de madre, de padre, de abuela, de niña, yo era todos esos personajes cambiando la voz. De vez en cuando llamaba a un hermano o le pedía a alguna amiga que representara un personaje mientras yo actuaba todos los restantes. Con la llegada de la luz, pasaba horas y horas encerrada en mi cuarto, soñando, creando, actuando y grabando.

Cuando el teléfono invadió mi casa -mucho más tarde que en lo de mis amigas, por cierto- la conmoción me desbordó. Llegaba rápido a casa para hablar por teléfono. Es que la novelería me había sobrepasado y buscaba cualquier excusa para llamar a quien fuera, estirando las conversaciones hasta donde podía. Hablaba horas y horas, el problema era que como el teléfono estaba en la cocina todos escuchaban lo que yo conversaba. Claro que comparado al antiguo teléfono de madera y a manija en el que debíamos hablar con la telefonista primero para que nos comunicara con el número deseado después, que me escucharan mis padres y hermanos era moco de pavo al lado del festín que seguramente se habrá hecho la operadora de Colonia Kennedy 14, escuchándome.

Cuando llegó la computadora fue el sumun. Era vieja y chiquita y muyyyyyy lenta, pero para nosotros era lo máximo. Papá jugaba al solitario, y mis hermanos y yo estábamos chochos con el SimCity (no sé si lo recuerdan, consistía en hacer funcionar una ciudad brindando luz, agua, saneamiento y servicios con determinado presupuesto, y evitar así su caída). ¡Estaba buenísimo!

En el campo todo llegaba más tarde. Capaz por eso recuerdo la irrupción de cada innovación con tanta claridad. Es que las esperaba ansiosa, las veía en otros lados y quería que llegaran a mi casa. Cuando por fin aparecían, mis hermanos y yo festejábamos a lo grande.

Han pasado muchos años desde aquel día que la luz conquistó nuestra casa en el campo. Hoy es todo muy distinto, los avances nos han sobrepasado y nos hemos acostumbrado a los inventos permanentes. La vida es más vertiginosa y el cambio es la regla.

Cuando voy a visitar a mi abuela de 94 años y me suena el celular, ella lo mira desconfiada. Sabe que algo grande está pasando y ella se lo está perdiendo. Sabe que todo ha cambiado, que las comunicaciones nos han atravesado. Es que si para mí es sorprendente, no quiero pensar lo que sentirá mi abuela que ha visto la evolución desde mucho antes que yo. Me gustaría transmitirle que no se está perdiendo de nada, que aunque la revolución sea grande las preguntas importantes siguen siendo las mismas y se siguen sin responder. Me gustaría que sepa que por más cambios que aparezcan no son los dispositivos los que definen la esencia del ser humano sino personas como ella, que ha sabido adaptarse a todo con una gran sonrisa de gratitud pegada en los labios.

Hoy yo disfruto de este mundo, me encanta esta actualidad, es tan desafiante que nos obliga a todo. Y es cierto, algo grande está pasando, pero desde que soy mamá, me doy cuenta que lo  importante es lo mismo de siempre y mi abuela me lo recuerda cada vez que la veo.

Por Federica Cash

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