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Laura Gutman: “Si tenemos la fortuna de convivir con niños pequeños, no tenemos más que seguir la guía perfecta e intuitiva de las criaturas.”

Muchas nos identificamos con ella porque puso palabras a muchos sentimientos encontrados que llegan con el primer hijo. En sus libros habla sobre ese amor que a veces nos duele, ese estado de desasosiego inexplicable posparto cuando todo a la vista “va bien”, sobre esa lucha interna para estar disponible para ellos siempre; sobre ese viaje a la profundidad -¿y oscuridad?- más humana a las que nos lleva la maternidad. De todo eso ha hablado y escrito, y más allá de que hay quienes discrepan con su postura, para todas es una voz atendible por su trabajo, trayectoria y lucidez.

Hemos hablado con ella en otras oportunidades y hoy la contactamos por su último libro “Una civilización niñocéntrica. Como una crianza amorosa pueda salvar a la humanidad”. A diferencia de lo que vienen diciendo varios psicólogos en estos tiempos, y en consonancia con lo que ella predica desde su Centro Crianza –en Buenos Aires-, en esas páginas afirma que es importante cortar las cadenas transgeneracionales de desamor, revisar el desamparo recibido en nuestra propia infancia, para dejar de ser adultos reclamando el amor que no recibimos de niños. Asimismo enfatiza en que una sociedad más atenta a las necesidades afectivas de los niños, redundaría en un mundo más amoroso para todos. Sobre todo ello hablamos con Laura Gutman.

¿Cómo sería una sociedad niñocéntrica y qué beneficios tendría para todos?

Una civilización niñocéntrica sería verdaderamente ecológica, porque estaríamos respetando a nuestros cachorros (así como respetaríamos el aire, el agua, la tierra y todos los recursos naturales)  dando prioridad a las necesidades de las criaturas, sin poner en duda sus demandas genuinas. Entonces los niños crecerían colmados de amor, sintiéndose seguros y plenos, listos para convertirse en jóvenes generosos y altruistas, porque sabrán que no hay nada que ellos puedan perder, sino que por el contrario, les sobrarán talentos para dar.

Decís que los seres humanos nacemos amorosos. ¿Qué nos pasa luego que nos desconectamos tanto de eso?

Sí, nacemos amorosos pero también dependientes de los cuidados maternos. Nacemos muy inmaduros, es decir, que no podemos resolver casi nada por nuestros propios medios. Necesitamos que alguien nos cobije. Si al inicio de la vida, no recibimos aquello que esperamos –es decir, cuidados amorosos, presencia permanente, contacto corporal con nuestra madre, fusión emocional, y la certeza de que alguien pueda percibir y colmar hasta las más milimétricas necesidades- entonces la experiencia será hostil. Luego, reaccionaremos a esa hostilidad, y para eso, desconectaremos nuestra amorosidad. En una guerra, no podemos andar leyendo poesía. Tenemos que prepararnos para la batalla.

¿Cómo nos reencontramos con la intuición y esa sabiduría natural, primitiva, que perdemos a medida que crecemos y que es tan importante para ser buenos padres y personas?

En verdad la intuición aparece todo el tiempo, solo que no le damos importancia. Por lo tanto, lo más sencillo sería darle entidad, cada vez que emerge. Y si tenemos la fortuna de convivir con niños pequeños, entonces no tenemos más que seguir la guía perfecta e intuitiva de las criaturas. Es decir, hacerles caso.

Decís que volver a la fuente, a la raíz, sería la forma de sanar eso que nos duele cuando somos madres/padres y no entendemos qué es realmente. ¿A qué te referís?

En primer lugar, a averiguar qué fue lo que nos pasó cuando fuimos niños, sabiendo que los recuerdos que atesoramos no son confiables. Es preciso comprender la hostilidad que hemos vivido y qué recursos hemos utilizado para sobrevivir. Luego, tenemos que comprender qué hicimos con eso que nos pasó. Yo los llamo “automáticos” o “reacciones del personaje que nos ha dado amparo”. Luego, con la observación de ese panorama más ampliado, tal vez podamos tomar decisiones distintas respecto a quienes son niños hoy.

En Uruguay hay un debate grande sobre educación. ¿Cómo debería ser la escuela para ti? 

Bueno, yo no sé si la escuela tal como la conocemos hoy, sirve para algo. Salvo para martirizar a los niños, robándoles la creatividad y la alegría. Creo que merecemos pensar esta cuestión con una mente bastante más abierta. ¿Necesitamos un lugar donde los niños se encuentren para generar amistades? Muy bien, pensemos cómo sería un lugar así. ¿Pretendemos que los niños aprendan algo? ¿Qué, exactamente? Imaginemos todas las formas posibles para acompañar a los niños en las exploraciones genuinas de cada uno de ellos.

¿La falta de contacto con el cuerpo materno podría explicar parte de nuestra libertad/represión sexual cuando crecemos? ¿Podrías explicarnos eso? 

Sí. Somos mamíferos. Nacemos del cuerpo de una madre y durante bastante tiempo, necesitaremos estar pegados al cuerpo materno que nos ofrece cobijo, seguridad, amparo y sostén. También nos permite desplegar la exuberancia libidinal, el deseo, el entusiasmo, la vitalidad y la alegría de vivir. El contacto con el cuerpo materno es indispensable durante una parte importante de nuestra infancia. En cambio, al no haber tenido acceso al cuerpo caliente de nuestra madre, hemos permanecido en un desierto emocional, frío, duro, árido y seco. Luego, es fácil comparar nuestras capacidades –o discapacidades- a la hora de vincularnos corporal, amorosa o sexualmente con otros.

De tanto estudiar y estar en contacto con madres, ¿has podido encontrar la manera de erradicar la culpa femenina, la de las madres por trabajar o por no hacerlo para atender hijos?

Ese cuento de la culpa es una mentira que nos contamos a nosotras mismas. No hay ningún problema si trabajamos. Es tiempo de madurar. Muchas de nosotras hemos tenido infancias horribles, y eso fue ciertamente injusto. Pero si ahora somos adultas, tenemos la responsabilidad de averiguar qué nos aconteció, para acceder a los recursos afectivos que sí tenemos hoy disponibles para nuestros hijos. Es verdad que podemos decidir permanecer en nuestros lamentos infantiles y justificar nuestras discapacidades afectivas.  Pero entonces asumamos que esa ha sido nuestra decisión.

Has dicho que las parejas se resquebrajan con las demandas afectivas de los hijos. ¿Qué pasa con las parejas cuando llegan los hijos? ¿Qué nos reflejan ellos?

Depende del nivel de madurez con el que cada uno llega a emparejarse. Cuando las mujeres y los varones estamos aun pretendiendo que el otro nos colme, nos quiera, nos asista, nos apoye y nos acompañe…es obvio que estamos delegando en nuestro partenaire, aquello que no hemos recibido cuando fuimos niños. Luego, cuando nace un niño real, entraremos en conflicto: las necesidades del hijo en común versus nuestras propias necesidades no satisfechas en el pasado. Claro que ahí se resquebrajan las parejas, porque somos todos niños demandando prioridad. Un verdadero despropósito. Tenemos que madurar y comprender que llegó la hora de dar.  Los únicos merecedores de cuidado, atención, nutrición, amparo y cariño, son los niños. ¿Para qué? Para que no se conviertan en adultos inmaduros como nosotros, quienes aún esperamos que mamá nos quiera.

Por Carolina Anastasiadis

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