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Yo nunca…

Hace un tiempo vengo sorprendiéndome y horrorizándome de mí misma. Me mudé de apartamento y si había algo que nos caracterizaba como padres respecto a los viejos vecinos, era nuestra condición de “silenciosos”. “Qué tranquilita Alfo, ni se la escucha”, nos comentaba la pareja del segundo piso en el ascensor. “Yo nunca voy a ser de esas madres que gritan, no es necesario”. Lo dije antes de ser madre, lo repetí un tiempo después (¡convencida!), pero me tragué las palabras cuando mi hija mayor entró en una adolescencia rebelde a sus tres años y empezó a pedir límites… entre gritos y pataletas. Esa edad coincidió con la mudanza y en la casa “nueva”, me descubrí gritando un par de veces; lo noté y dejé pasar, lo que no pasó fue mi vergüenza al cruzarme con mis nuevos vecinos en el ascensor que si me hubieran comentado algo, probablemente hubiera sido: ”loooocaaa”. La maternidad me hizo dar cuenta que hasta que no la vivís, te conviene no escupir para arriba. Porque también dije “yo nunca voy …

“Trabajar” en casa con un bebé

Era mi plan perfecto. Mientras estaba en la oficina con 37 semanas de embarazo, comiéndome la segunda banana con dulce de leche del día, me imaginaba en unos meses sentada en algún lugar de casa, cerca de la beba recién nacida, a pasos de la cocina (heladera) y también del baño, con el perro a mis pies, pudiendo trabajar con la tele y/o radio prendida, de pijama y, sobre todo, con la posibilidad de cortar para no perderme ninguna nueva monería. Ideal. La envidia de toda oficinista. Pero cuando una trabaja en la casa, cada día es una excepción. Y les cuento por qué. Hoy llueve y la gorda se despertó bastante antes que de costumbre, a las 6.35 am. Me levanté, la cambié, le hice la mema en la cocina, tras el recibimiento eufórico de mi labrador, eterno cachorrón que se emociona al punto del pis cada mañana que me ve abrir la puerta de su lugar. Esta vez, un poco más inquieto que de costumbre, porque por la lluvia, se inundó el lavadero …