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Yo nunca…

Hace un tiempo vengo sorprendiéndome y horrorizándome de mí misma. Me mudé de apartamento y si había algo que nos caracterizaba como padres respecto a los viejos vecinos, era nuestra condición de “silenciosos”. “Qué tranquilita Alfo, ni se la escucha”, nos comentaba la pareja del segundo piso en el ascensor.

“Yo nunca voy a ser de esas madres que gritan, no es necesario”. Lo dije antes de ser madre, lo repetí un tiempo después (¡convencida!), pero me tragué las palabras cuando mi hija mayor entró en una adolescencia rebelde a sus tres años y empezó a pedir límites… entre gritos y pataletas. Esa edad coincidió con la mudanza y en la casa “nueva”, me descubrí gritando un par de veces; lo noté y dejé pasar, lo que no pasó fue mi vergüenza al cruzarme con mis nuevos vecinos en el ascensor que si me hubieran comentado algo, probablemente hubiera sido: ”loooocaaa”.

La maternidad me hizo dar cuenta que hasta que no la vivís, te conviene no escupir para arriba. Porque también dije “yo nunca voy a hablar de mis hijas tooodo el día”. No solamente me parecía aburrido estar hablando de los hijos, sino que me daba fastidio esas minas que tenían una vida interesante para compartir, se convertían en madres  y de repente su mundo empezaba a girar en torno a los pañales.

No tengo que aclarar que apenas fui madre, me puse a escribir sobre las aventuras y desventuras de mi vida maternal y terminé armando este blog, escribí un libro de lo mismo y participé en más de un evento, nota y espacio radial y hasta televisivo sobre el tema. Tre-men-do. Perdón.

Otra cosa que dije antes del 31 de mayo de 2013 fue…”yo nunca me voy a achanchar”. Qué cosa estúpida eso de dejarse para después,…de salir sin peinarse, de pensar que tu apariencia descuidada va a ser invisible a los ojos de los demás. Critiqué y critiqué ese “yo nunca”, hasta que fui madre y concurrí a varias de esas reuniones importantes con vómitos de leche en la camisa. Olímpica y feliz. Claro está; porque la maternidad te da también esa actitud un poco omnipotente…hay cosas que te dejan de importar, como la mirada o prejuicio del otro.

“Yo nunca voy a dejar que mi casa sea un despelote solo porque tengo nenes”. También lo dije. Me arrepentí a los pocos meses de la llegada de Alfo, mientras juntaba juguetes para poder caminar por el pasillo; y ahí sí tiré una máxima irrefutable: la maternidad real es desordenada. Me había malentonado con la frase de una amiga que en su visita para conocer a mi recién nacida, sentada en el sillón del living, paneando el espacio, me dijo: “Negra, se te ve bien, como siempre pero con beba. Esta casa es una casa adulta…y no como esas que tienen un bebé y decoran la casa con juegos y babitas”. (Aclaro que esa amiga hoy es madre y su casa es bien parecida a un parque de diversiones).

En estos años siendo mamá, compré silloncitos blancos, porque mis hijas “nunca” iban a ser tan maleducadas de rayármelos con crayola. Mucho menos con drypen.  Afirmé que nunca dejaría a las nenas más de una hora mirando dibujitos, hasta que varias veces, al volver a casa cansada, agradecí a Dios la existencia de Peppa. Dije que nunca iba a postergar la pareja, a dejar de salir de a dos “solo” por tener un bebé y estuve –estuvimos- encerrados meeeeses…incluso van cuatro años sin que nos hayamos alejado más de 24 horas juntos y solos del  nido.

Yo nunca diré más “yo nunca”; esa es otra máxima aprendida. Si hay algo que la maternidad te enseña es que, junto con todas las maravillas que trae, se cuelan rayones, migas, desorden y que más vale (y acá cito a un anónimo) no criticar a los hijos de otras personas hasta que los propios no tengan al menos 90 años.

Por Carolina Anastasiadis

1 comentario

  1. Clau says

    Es verdad todo lo que se dice antes de ser mamá. Tus planes se transforman de tal manera que nada de lo que tenias como valioso es asi a partir de ese momento en que vino tu hijo a llenar espacio en tu vida…me encanta esa transformación. Enriquece. Es sonora. Es desordenada. Y no reconoce el reloj. Y es cierto que nos estimula la creatividad y nos pone ese zoom que me recuerda a Goethe cuando dijo » estoy aquí para maravillarme».

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