Las publicidades de pañales y de aparatos de mosquitos -por lo general- muestran bebés divinos, gorditos, de ojos azules y sonrientes, que esperan apaciblemente a sus mamás en la cuna. Las mamás de esos avisos tienen caras plácidas y radiantes que llenan la pantalla con sonrisas de oreja a oreja; cambian pañales con alegría y luego apagan la luz para que los bebés se duerman solos y tranquilos.
Definitivamente, esto no es lo que sucede comúnmente en la vida real. Pero ¿qué si les digo que nuestro ser mamás comparado con otras situaciones es más fácil que la tabla del 1? Las invito a expandir la mirada y salir -por un rato- de nuestra realidad.
Hace más de un año que participo de Madrinas por la Vida, una ONG cuyo principal fin es acompañar a mujeres de contextos muy críticos que valientemente deciden continuar con sus embarazos. Si bien el espíritu de este post no es polemizar acerca de la ley que despenalizó el aborto, sí me interesa resaltar el coraje de estas madres.
Cada vez que termina la reunión de Madrinas me voy llena; compartir tertulias con mujeres que viven entre enormes adversidades es a veces doloroso pero esperanzador. El hecho de que muchas de ellas logren salir adelante a pesar de todo, con escasísimos bienes y apoyo nulo, me ayuda a ser mejor mamá. En las reuniones compartimos nuestras vivencias, algunos testimonios son realmente desgarradores pero la fuerza femenina unida logra elevar el espíritu y levantar a las que llegan cansadas de luchar.
Ser madre es un desafío, pero ser madre en la pobreza extrema -no solo económica sino también cultural- es una provocación. Estas madres que golpean la puerta de la ONG para recibir ayuda, llegan agotadas buscando soluciones. Sus caras, sus manos, sus ropas transpiran y hablan por sí solas. Algunas hacen catarsis, otras hacen silencio hasta que rompen el hielo; todas escuchan.
Desde Madrinas por la Vida el discurso es uno solo: ámense, valórense, cuídense, quieran a sus hijos, enséñenles a valerse por sí mismos, no esperen a que se les dé, trabajen para ganar dignidad. Siéntanse exitosas ¡sí lo serán!, merecen todo nuestro respeto y admiración porque viviendo en contextos desmotivadores logran cosas maravillosas, como amar a sus hijos y hacer lo imposible para que éstos coman a diario, vayan a la escuela, estén abrigados y reciban el amor de una madre dispuesta a lo impensable. Como en todo ámbito, hay de las que dejan todo en la cancha para superarse y están las que optan por caminos más fáciles. No todas las personas que viven en la pobreza son vagas -como suele escucharse- ni todas las que viven en la riqueza son trabajadoras. Si la realidad fuera así de lineal, sería más fácil de cambiar.
Si ser madres para muchas de nosotras que contamos con pareja estable, trabajo, vivienda segura, educación, alimentación diaria, cama calentita, entre tantas otras comodidades y oportunidades, es igualmente arduo y demandante, no quiero imaginar lo que es ser madre sin nada de todo esto. Así que miremos para adelante, abracemos a nuestros hijos con fuerza y trabajemos para hacer de nuestra maternidad la mejor obra maestra. Si ellas hacen magia, todas podemos hacerla.
Por Federica Cash