En su libro Educar Sin Culpa, el psicólogo Alejandro De Barbieri escribe una historia/anécdota sobre las viandas que nos pareció oportuna para compartir en este comienzo de clases, para ayudar (y ayudarnos) a soltar a nuestros hijos. Dice así:
Una familia se prepara de mañana para ir a la escuela. La esposa le dice al marido: “No hubo tiempo de preparar las viandas, así que te pido les encargues comida en la escuela”. Todo transcurre normalmente, se despiden y se van. Los niños quedan en la escuela y los padres van a sus trabajos respectivos. A las 4 pm, la hija mayor llama al padre, en actitud jocosa y de reclamo le dice “¡Papá, te olvidaste de encargar la vianda!” El padre cae en cuenta del olvido, no tiene cómo defenderse ni justificarse. Le pregunta a su hija: «¿qué hiciste?» La hija responde: «tenía dinero guardado de otros días y la encargué yo misma.» El padre se queda preocupado por su hijo menor, que no suele andar con dinero y cree que nunca había enfrentado una situación así. Pero el hijo de 7 años llega tranquilo a la casa. El padre le pregunta: “¿cómo te fue?, ¿no te pasó nada en la escuela hoy?”. El niño responde muy animado: “Ah, sí papá, no había vianda para mí, entonces tuve que encargarla yo solo, ir a la cantina y anotar, y José me compartió la merienda. Mañana debo llevar algo para compartir con él”.
El padre respira aliviado, zafó del rezongo de la madre o de la culpa que él mismo sentía por su error y por su estrés. Los hijos nos enseñan, gracias al error: la hija mayor manejó la situación sin estresarse o con el mínimo estrés necesario para saber que hizo bien en guardar dinero de días anteriores. Su hijo menor, el que más le preocupaba por ser más sobreprotegido, fue capaz de resolver, desarrollando habilidades sociales. No se orinó, no reclamó, no hizo bullying, no se paralizó ni dejó de hacer los deberes. Lo manejó con autonomía y con confianza. Un hecho aislado y cotidiano que todos nuestros hijos viven y vivirán en mayor o menor grado. Seguramente encontraremos variados ejemplos con los cuales cada uno pueda identificarse más o menos.
Esta viñeta nos deja como enseñanza que no podemos estar en todo como padres y que no es deseable que intentemos estar en todo. En el intento de controlar todo, vivimos más estresados, nos angustiamos y fundamentalmente anulamos la capacidad de nuestros hijos para anticiparse a lo que pasará, para manejar los imprevistos, para tener la oportunidad de usar sus recursos personales, la creatividad y la tolerancia a la frustración.
Suelo decirles a los padres: «¿Usted quiere saber qué grado de autonomía tiene su hijo?». Prométale que le manda la vianda y luego no se la mande, y veamos qué pasa al regreso. Esta sugerencia genera algo de nerviosismo en el auditorio, pero si nos detenemos a pensar, hemos vivido situaciones similares con olvido de deberes, llegadas tarde o tantas otras dificultades que no son más que oportunidades para el crecimiento. Nadie escapa a esto, porque es la vida misma pidiendo permiso para revelarse, para lo imprevisto y lo espontáneo.
Es un ejercicio que pone en práctica nuestra capacidad para soltar y para ver luego el efecto positivo de haber soltado. Imaginemos la cara de alegría del niño al ver que pudo resolver solo la comida del mediodía o que tuvo que encontrar la alternativa a la tabla de dibujo olvidada en vez de llamar a la mamá o al papá para que rápidamente se la alcance en algún recreo. Soltar es animarse a que nuestro hijo se frustre, pero también es ser testigos del fortalecimiento que logra con dichas pequeñas frustraciones cotidianas.
Por Carolina Anastasiadis