Por una Mamá Real invitada: Wendy Puig
Hace 6 años cuando conocí a quien hoy es mi esposo, todo fluyó muy rápido y, casi enseguida nos mudamos juntos. Así también de rápido, decidimos que buscaríamos ser padres. Yo ya tenía 32 años, sentía que era hora de ser madre y luego de encontrar a la persona indicada no quería perder más tiempo.
Luego de tres meses sin noticias (todas tenemos la fantasía de que apenas que dejás de cuidarte, a los 10 minutos quedás embarazada, porque crecemos con ese mito que embarazarte es así de fácil), decidimos ir al ginecólogo y consultar. Más allá de ver si todo estaba bien, quería tomar todos los recaudos convenientes para que el embarazo llegara rápido y en las mejores condiciones.
Cuando llegamos a la consulta y planteamos el deseo de embarazarnos, nos recomendaron un par de estudios. A él un espermograma y a mí una histeroscopía para ver la permeabilidad de las trompas. A las semanas volvimos por los resultados de esos estudios y llegó el primer mazazo de este duro camino: la maternidad no sería tan fácil. Tenía una trompa obstruida, o sea, la mitad de las posibilidades de embarazarme que tiene una mujer “común”. Ahí empezó la primera etapa.
La desolación, el dolor, la amargura, la pregunta de “¿por qué a mí?” y el llanto se transformaron en rutina. El médico nos dijo que lo mejor era ir a su clínica privada y empezar con inseminaciones de baja complejidad. Realizamos 10 intentos, o sea, 10 ciclos. Casi un año se nos fue en esos trámites, donde lo peor no fue el tiempo sino la bomba de hormonas inyectadas y la montaña rusa de emociones, porque cada mes sube la carga de ilusión que después se desploma en el piso junto con tu alma. Mes a mes juntamos los pedacitos para empezar todo otra vez. Tanto emocionalmente como económicamente estábamos más que mal, la pareja estaba entrando en un estado de desolación y decidimos parar con todo.
Como pareja necesitábamos reanudar la vida normal, sin pensar en médicos, inyectables y relaciones sexuales obligadas; necesitábamos que el deseo volviera y recuperarnos en lo espiritual. Se nos ocurrió organizar nuestro casamiento ya que aún no estábamos casados. Luego de la luna de miel y ya con heridas sanadas volvimos al ruedo, cambiamos de médico y volvieron nuevos estudios y esperanzas renovadas.
Descubrimos con una simple curva de glicemia que también tenía hiperinsulinemia, algo que afecta la calidad de la ovulación. Mi ginecólogo me recomendó solo tomar diaformina durante 3 meses y volver si no me embarazaba para hacer una laparoscopia -y ver por dentro si encontraba algún otro problema-. En el tercer mes de tomar la diaformina nos fuimos de vacaciones a Cuba. Regreso y me llega el período. Voy a visitar al médico nuevamente para confirmar que en estos tres meses nada había pasado, pero él recomienda antes de ese examen hacer un seguimiento folicular (ecografías intravaginales todas las mañanas para ver la evolución de la ovulación). En la tercera ecografía, comienzo con un pequeño sangrado que pensé era normal y un dolor que con el correr de las horas era cada vez más insoportable. Me fui a la emergencia de mi sociedad y luego de estudios y calmantes nos dicen a mi esposo y a mí que estaba embarazada pero obviamente algo no estaba bien. La diaformina había hecho efecto y había quedado embarazada naturalmente. Eso era lo bueno.
Al día siguiente, segundo y gran mazazo: era un embarazo ectópico y perdía la trompa buena. Solo me quedaba con la tapada por lo que mi única opción para ser mamá era a través de una invitro (tratamiento de “alta complejidad”).
Luego de una gran lucha por una ley de fertilidad para todos -ya que una invitro en ese momento en nuestro país costaba más de ocho mil dólares, monto difícil de conseguir para una pareja trabajadora de clase media- me contacto con un médico que realizaba las invitro en Buenos Aires.
Allí nos fuimos y por suerte en el primer intento quedé embarazada de mi hija que hoy ya tiene 2 años. Del mismo tratamiento nos quedaron dos embriones, por lo que volveremos pronto para intentar darle hermanos a Delphi.
Nota: Esto es un resumen, pero cada día de esos cuatro años fueron duros. Algunos peores que otros, otros mejores, pero jamás perdimos la fe, la esperanza y la confianza que lograríamos ser padres. En lo personal, nunca dudé que sería mamá. No sabía cuándo ni cómo pero nunca jamás perdí la fe. Como pareja nos fortaleció, y nos unió más.
Si «volvería a pasar por lo mismo», mi respuesta es SÍ. Volvería a vivir cada uno de esos días. Claro que sí, todo sirvió, todo fue aprendizaje, todo fue un camino que nos llevó a la mayor felicidad. En el instante que ves a tu bebé, tanto en la ecografía como en ese mágico momento en el que te lo dan al nacer, sabés que todo valió la pena.
es la misma historia que mi hija mi nieta tiene un añito todo tal cual mi hija estubo 5años
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