Cuando una tiene un hijo, no solamente está generando vida, también está “esculpiendo” una continuidad de su propia existencia. A través de ellos, y de todos los que vendrán después, se va tejiendo una red invisible pero fácilmente detectable de la cual somos parte, desde la concepción. De esta manera, se van multiplicando las raíces y el árbol va creciendo –con sus variantes– en cada nacimiento, que renueva la magia de ser miembro de algo mayor.
Sin embargo, muchas veces, vivimos la vida como si fuésemos 100% independientes, dueños y amos de nuestra propia existencia. Inconscientes de que formamos parte de un pasado que nos es común a todos y que nos influye más de lo que creemos -y a veces, quisiéramos-. Lo cierto es que somos transición entre lo que fue y lo que será, nuestro estado material está de paso, nos guste o no.
Ser conscientes de que conformamos un ínfimo lugar en la humanidad pero que somos fuertes influyentes de la vida presente y futura, nos hace humildes y nos responsabiliza de nuestros actos, que inevitablemente repercutirán en quienes vienen o vendrán después de nosotros.
Considero que mirar el presente con una mirada laaarga y continuada, nos permite cuestionar muchas de las cosas que tenemos naturalizadas en el mundo de hoy; nos permite ser menos categóricos en nuestros juicios y cuidadosos con las palabras. Entender que “los bien” y “los mal” -y no estoy hablando de los incuestionables como robar, matar, lastimar- fueron y vinieron a lo largo de toda la historia, nos sacude los esquemas mentales y nos permite vislumbrar una nueva mirada, la del amor, que está por encima de las convenciones sociales, de las generaciones, y del presente.
Por eso, a la hora de educar a nuestros hijos en el hoy y en el mañana, más que enseñarles qué pensar y qué sentir, creo que hay que mostrarles cómo hacerlo, considerando a la historia como reflejo vivo de evolución, de tiempo y enseñanza. La verdadera libertad se logra a través del amor, de concebir al otro como sagrado, tolerando y respetando las diferencias, así como empatizando con los demás y el mundo.
Somos transición, pero podemos dejar huella firme y certera si logramos derribar nuestras propias limitaciones y miedos, para llegar a lo que nos envuelve a todos. Creo que esta es la mejor forma de imprimir en el desarrollo emocional de los que se harán cargo de estas tierras, el día de mañana.
Por Federica Cash
Lindo Fede, cuanta verdad….sin duda a veces cuestiona a los que tenemos mas edad, como podriamos volver a empezar……pero si hubo Amor, algo bueno siempre queda…..A las pruebas me remito…..
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