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Andrea Constanst: «En los primeros años de vida es necesario un apego seguro y en la adolescencia el vínculo lo sostiene la comunicación.»

Para comprender el pasaje de niños a adolescentes, se tiende a agrupar el desarrollo en diferentes etapas: la primera va desde que el niño nace hasta los primeros dos años de vida, «el lactante»; de los 2 a los 6 años constituye la etapa preescolar, a partir de los 6 hasta los 12 años llega la etapa escolar, y luego empieza la pubertad que es fluctuante -porque no hay una edad específica de inicio- pero va hasta los 14 años, aproximadamente.

Durante ese período, se da lo que se conoce como la primera etapa de la adolescencia y transcurre hasta tercero o cuarto de liceo, es decir hasta los 15 o 16 años. Después, comienza la segunda etapa que va hasta los 24 o 25 años más o menos. A partir de allí, se inicia la etapa adulta de la vida. Vale aclarar que esta evolución se da en condiciones normales; las etapas se pueden estirar cuando no hay desarrollos sanos que promuevan la independencia y la libertad, así como acortarse cuando -por ejemplo- hay que salir al mundo a hacerse cargo de “temas adultos”, en tiempos que no corresponden.

En Mamás Reales no solemos hablar de la adolescencia. Quizás porque nuestros hijos son chicos aún y todavía no tenemos que lidiar con estos «trotes». Sin embargo, todas tenemos amigas, primas, vecinas o conocidas que viven la adolescencia de sus hijos, y muchas veces la padecen.

Tengan la edad que tengan, nunca es demasiado temprano -ni tarde- para trabajar en el vínculo, para que haya confianza, respeto y enseñanzas que calen hondo y resurjan con fuerza cuando ya no seamos las primeras en su “lista de preferidos” (como suele suceder en la adolescencia). Además, para todas las mamás de adolescentes que sienten que no encuentran la manera de conectar con sus hijos, sepan que siempre se puede revertir la comunicación, y la relación. De todo esto hablamos con la Psiquiatra de niños y adolescentes, Andrea Constanst.

Pasen y lean.

¿Qué paralelismo se puede hacer entre los primeros años de vida y la adolescencia?

La adolescencia es un período en el que hay muchísimas conexiones neuronales que empiezan a vincularse de forma rápida y brusca debido a la plasticidad neuronal que tenemos a nivel cerebral. Esta forma de desarrollo del cerebro se da de igual forma en los primeros años de vida (en el lactante y en la etapa preescolar).

El cerebro en realidad sigue creciendo a lo largo de todo el desarrollo, en la etapa escolar también lo hace, pero en el adolescente hay un cambio en la manera de pensar. De hecho, hay múltiples cambios que definen el inicio de esta etapa, cambios a nivel cognitivo, social, familiar, biológico, también a nivel del manejo moral y de la independencia. Los cambios más obvios son los biológicos, donde se da la aparición de los caracteres sexuales secundarios, el cambio de la voz, la disposición del vello y de la grasa del varón y la mujer. Estos cambios físicos que obedecen básicamente al influjo hormonal, se traducen en otros cambios a nivel psicológico y cognitivo.

¿Cómo se perciben esos cambios?

¡Son fantásticos! Se perciben en la forma de pensar del adolescente. Desde el inicio de la pubertad hacia adelante, aparece por primera vez el desarrollo del pensamiento hipotético deductivo. Se sale de la etapa escolar en la que se tiende a pensar en términos de concretud, para tener un pensamiento que es desde el punto de vista formal, igual al pensamiento del adulto. Entonces son capaces de desarrollar teorías, de hacer deducciones a partir de hipótesis, pueden debatir (un mecanismo que utilizan mucho los profesores en secundaria para enseñar a argumentar). Piensan en términos de posibilidades y se pueden apartar de la realidad. Y ese pensar es el que los lleva a cuestionar lo que sus padres les enseñaron. El adolescente hace ese ejercicio todo el día, piensa mucho, por eso se cansa. Necesitan dormir más que los escolares. Cuando ves a un adolescente tirado en un sillón, no es un vago, ¡es una persona que no para de pensar! Empiezan a contrarrestar los ideales de sus padres, los miran a ver si son coherentes entre lo que dicen y hacen, retrucan todo y así van logrando armar su personalidad. Todo esto se da gracias a la explosión de conexiones neuronales que hay a todo nivel. El mundo para ellos se expande. Pero en todo este proceso muchos padres sienten que el hijo se les va de las manos y la mayoría tienden a aumentar el nivel del control. Sin embargo, lo mejor es hacerlos pensar, porque los adolescentes piensan muy bien y cuando lo hacen pueden llegar a las mismas conclusiones que los adultos. Para eso, necesitamos aceitar una herramienta crucial en esta etapa que es la comunicación.

Siguiendo con el paralelismo entre la adolescencia y los primeros años, ambos necesitan de aspectos fundamentales: en el caso de los primeros años de vida es necesario un apego seguro que genere un vínculo sano; y cuando se tiene un hijo adolescente el vínculo lo sostiene la comunicación.

Si tuvimos un apego inseguro y el vínculo no se desarrolló sano, ¿se puede revertir en la adolescencia?

Sí, se puede. Los trastornos del apego no se revierten el 100% pero sí un 99. Para poder sanear el vínculo necesitan que la madre y el padre pongan todas sus energías en relacionarse bien con ese chico/a -con lo difícil que ello implica por la etapa en la que se encuentra- dándole amor y aceptación incondicionales, estabilidad y seguridad, algo que no se pudo brindar a edades tempranas. Eso no significa que el adolescente pueda hacer lo que quiera, pero tampoco significa que va a hacer lo que digan sus papás. Significa que sus papás van a tener que dedicar toda su energía a conocer a su hijo y darle lo que precisa.

Para ello es imprescindible priorizar la buena comunicación. No hay forma que pueda tratar a alguien a los gritos y que responda de buena manera. Poner límites no es castigar, los castigos solos castigan, no enseñan lo correcto. Tengo que ponerme en el lugar de mi hijo y respetarlo, explicándole que lo que digo es porque lo quiero.

Tenemos que tratarlos como si fueran nuestros amigos, lo que no significa que lo sean, pero sí tratarlos bien. Con respeto por sus elecciones y gustos. A veces esa perspectiva la perdemos con nuestros hijos, y no los respetamos en su totalidad, (que era uno de los ingredientes del apego: la aceptación incondicional). A veces nos pasa que la manera de ser de nuestro hijo o lo que éste disfruta, no nos gusta, no lo comprendemos, pero ese es un trabajo personal que tenemos que hacer cada uno. Porque para aumentar la probabilidad de que el desarrollo de nuestro hijo adolescente sea sano, tenemos que lograr comunicarnos bien. Y la única manera de comunicarnos bien es comprender que el otro tiene derecho a ser distinto y que debo permitirle que sea como es.

Por Federica Cash

 

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