Mamáaaaa!
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Un año en pañales

Hace unos poquitos días Alfonsina cumplió un año. La miro y, aunque fuimos creciendo juntas y me cueste percibir que ya no es una recién nacida, me doy cuenta que pasamos muchas cosas en los últimos 12 meses. Pasamos el primer invierno (los primeros mocos), la primera primavera (con estornudos), el primer verano (con lluvia y sol), y el primer otoño (jugando con hojas). Además de eso, pasamos vacunas, paspaduras, diarreas, vómitos, cólicos, chichones, muchas risas, sobregires y esbozos de primeros pasos. Ni ella ni yo somos las mismas. Y si hay algo que entendí estos días también, es que al final, ella no es la beba de los manuales que leí embarazada, ni soy la madre sobre la que también leí.

Las primerizas estrenamos título de madre cuando parimos, pero tenemos una carretera larga que recorrer para sentirnos cómodas en el rol; mientras tanto, estamos en pañales, ensayando de diversas formas nuestro modo de ser mamás, aprendiendo y disfrutando en ese proceso, ensanchando los límites de nuestro asombro con cada nuevo hito de nuestro hijo. Porque podemos surtirnos de manuales y libros, de esos que acompañan semana a semana el embarazo y hablan de los primeros meses de vida del bebe, del posparto, de la cambiada de pañal, de la lactancia, de los altibajos hormonales de la embarazada y puérpera, y hasta de los cambios en la familia una vez que llega esa tercera personita; pero la realidad se encarga de demostrarnos en cada paso que, aun tomando todas las precauciones y consejos de libros, madres, abuelas y amigas, cuando se le pone el cuerpo a la situación, estamos todas en pañales.

Y sucede algo así…

Sabemos que en la semana seis una debería andar revuelta,… puede verse abrazada por el malhumor causado por la sensación de “me está por venir” pero no viene, duelen las lolas, no paramos de hacer pis, de a poco nos empieza a invadir la ansiedad del “¿qué será?” y nos sentimos hundidas en esa espera infinita mientras esperamos para poder contar a todos que se viene nuestro bebé.

Los libros hacen un punteo de cada uno de esos síntomas esperables, pero no enseñan a meditar para armarte de paciencia ni a manejar esa ansiedad de preso que te hace contar los días para la liberación -de la noticia-… Tampoco hay texto que sirva realmente para amortiguar el subibaja hormonal de esos días; menos, un libro que esté tan pero tan bueno, que te salve de las ganas de dormir. Es difícil poner en palabras tanta emocionalidad; por eso los libros se quedan cortos. Porque la primeriza, además de tirarse al agua y ponerse a nadar sin demasiado salvavidas, le pone el cuerpo, la emoción y la propia historia a esas situaciones “de manual”.

En la semana 38, entrando en la licencia maternal, los libros indican que el bolso debería estar pronto -hace rato-. Otra vez necesitaríamos algo de meditación, y nos avisan que se viene el “cambio de vida”. ¿Cambio de vida? ¿Apareceré mañana viviendo como en otro mundo? ¿Me transformaré en otra persona? ¿Dejaré de prestar atención a cosas que antes me parecían lo más importante de mundo?… SÍ, SÍ, SÍ. La respuesta es SÍ, a todo.

Al final, todas esas aseveraciones de los libros te dan pánico y miedo, aunque te morís por vivir en esa nueva galaxia. Cuando te toca, corazón y cuerpo mediante, te das cuenta que a los pocos días asumís esos cambios de manera tan orgánica y natural que no son tan graves, pero pasan 12 meses y caés en que allá atrás quedó una persona, que hoy sos otra y que ya tenés tu propia forma de cambiar pañales, hacer provechos, tomar fiebre, cocinar la papilla, que ahora demorás tres minutos en encontrar la temperatura del agua y uno en bañarla. Lo que antes era dificilísimo, se vuelve parte incorporada en tu rutina.

Y está buenísimo agarrarle la mano, haber entendido la diferencia entre unos ojitos vidriosos de sueño, de fiebre o de llanto, pero… lo más lindo, sin duda, es el proceso de descubrirlo todo de cero.

Por eso agradezco este subibaja de sensaciones vividas este año, en el que me encontré con una capacidad de amar que nunca creí posible, y amando y detestando con toda la fuerza en un lapso de tiempo que batiría récord en los 100 metros llanos. Lloré y sufrí con las vacunas como si me hubieran pinchado a mí; redescubrí el gusto de los alimentos sin aderezos, me sorprendí con la luna, con varios arcoíris de verano, con el olor a flores y texturas rugosas. En los últimos 12 meses lloré más que en toda mi vida junta. Fue un año de magia en el que llevé con torpeza y orgullo mi título de primeriza, o de mamá en pañales.

Por Carolina Anastasiadis

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