Tal vez la pregunta que más frecuentemente he recibido en los últimos años fue acerca del parto de mi hija. Mi ser profesional como ginecólogo despierta una curiosidad en amigos y pacientes acerca de quién asistió el parto de mi hija. Es curioso puesto que la hipótesis de ser yo el obstetra que asistiera el parto de ella no fue parte ni de las conversaciones con mi compañera, ni fue un planteo que de mí surgiera como una inquietud personal.
Amo la profesión que ejerzo, creo hacerlo a conciencia y lo mejor que puedo según mi leal saber y entender. Mi esposa no duda en que yo sea quien haya recibido alguno de mis sobrinos e hijos de amigos. Pero nunca fue un tema que pasara por nuestras mentes cuál sería la posición que yo debía ocupar en el parto de mi hija.
Como cualquier pareja, luego del evatest que despejó las dudas del retraso y los síntomas de presunción del embarazo, elegimos el obstetra. Como corresponde, acompañé y disfruté de todos los controles prenatales así como del curso de partos. Mi esposa es Neonatóloga, y sin planearlo anticipadamente, no dijimos nuestra profesión cuando nos interrogaron en el curso de partos contestando con evasivas para salvaguardar la pureza de la información recibida.
En el momento de iniciar el parto, cierto es que abusando de mi conocimiento y el de mi esposa, prolongamos lo más posible nuestra estancia en casa, para disminuir el tiempo de trabajo de parto dentro de la Mutualista. Con paciencia vivimos las contracciones, su duración, la progresiva intensidad y controlamos los latidos fetales para asegurarnos la mejor salud de nuestra hija que llegaba. Cuando creímos que era el momento apropiado, partimos a la Mutualista, como cualquier pareja, con las mismas ilusiones e incertidumbres.
Como buen padre cargué los bolsos, programé durante semanas la ruta a seguir, el lugar donde iba a dejar el auto. Y arribamos caminando. Nos recibió una colega y amiga que luego de la valoración inicial llamó al obstetra de mi esposa. Mi misión durante el parto fue la de todo padre, acompañar, intentar ser apoyo, los masajes, el traguito de agua, el caramelo y el apoyo moral. Mis nervios, fueron los mismos de cualquier padre.
Cuando arribamos a la sala de partos, me emocioné como cualquier padre al ver la naturaleza cumpliendo ese ritual mágico de la fertilidad donde una nueva vida sale del cuerpo de la mujer amada. Oí su primer llanto, cuando me dejaron la acaricié y besé con el amor de padre que cualquier padre suele tener. Le di un beso a mi esposa y la abracé, lloramos juntos de alegría porque la magia de la que somos parte, esta vez nos tocó a nosotros.
Entonces cuando me preguntan sobre cuál fue mi posición en el parto de Malena, no dudo en decirles: la que correspondía, la de un Papá Feliz… obstetra soy los demás días de mi vida.
Por Jorge Arena (Ginecólogo y Papá)
genial la elección
!
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Muy bueno!!!!! 😉
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