Mamáaaaa!
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Mi segundo parto

“Este parto te va a sorprender” me dijo un ginecólogo amigo en la semana 39. Quise confiar en sus palabras, pero a medida que pasaban los días, confirmaba que mi parto iba a ser igual que el anterior: inducción programada, pasada la semana 40. “Mi cuerpo es incapaz de desencadenar un parto por sí mismo” afirmé una y otra vez ese viernes 2 de octubre, horas después de que mi ginecóloga cancelara la consulta en la cual iba a fijar la fecha de inducción.

Ese viernes mi whatsapp había sido receptor de varios mensajes idénticos: “¿Cómo estás amiga? ¿Y Fran? Y yo: “Nada. La semana que viene induzco”. Pasada la “fecha probable de parto” y las fechas de todas las pencas, la realidad se ajustaba bien a mi creencia y al conocimiento que creía tener de mi cuerpo –y sus señales-.

La noche del viernes prendimos el fuego con Pablo, en casa, como las últimas semanas. Cerveza sin alcohol mediante, arrasé con toda la picada pre asado porque la panza “estaba baja” y mi capacidad estomacal se había normalizado. Me sentía mejor que nunca.

A las 3 am del sábado, se repitió el ritual de los últimos nueve meses. Mi hija Alfonsina, de dos años y medio, me vino a buscar a la cama: “mamá, vamos al sillón”. (Nota al pie: el sillón es su lugar preferido en el mundo, y en los últimos meses, alternado con el piso,  es su cama). Allá fui. Otra noche más en el sillón. La niña, mi panza y yo.

Ella no se quería dormir. “No quiere dormir, no quiere” (a veces habla a lo Maradona). Me hice la dormida, la abracé y se durmió pos mema. Nos dormimos, porque en los últimos meses entrené la capacidad de sueño y respondo al “un, dos, tres: ¡dormida!”. Fue mi mecanismo de defensa para aprender a descansar, más allá de interrupciones.

Al ratito sentí algo húmedo ahí donde estábamos y lo asocié a su pañal. Fui al baño y pensé que por fin, se había salido el “tapón” del que hablan. ¿O sería otra cosa?… Ni idea, pero volví al sillón, porque sabía que las contracciones, cuando son de las que hacen dilatar, te tienen que matar y hasta el momento no sabía lo que era una. Nos dormimos.

A las 5 de la mañana, empecé a sentir unos dolorcitos de ovarios “pasables”  pero con una cierta regularidad (¡Opa!). Seguí durmiendo hasta que se me ocurrió agarrar el celular y apuntar la frecuencia –aunque no tenía clara cuál tenía que ser, porque como toda segundiza, me hice la crá y no hice ninguna clase de parto esta vez-. Ese dato además, se me había olvidado refrescarlo. Tampoco tenía muy clara la respiración que algunos llaman “pajarito”, esa que se necesita para aguantar pujos. Mi parto sería una inducción programada y de esa forma solo tenía que usar la respiración torácica que tenía bien entrenada tras algunos años de deporte y yoga.

Sobre las 6 de la mañana me di cuenta que si bien no eran fuertes las contracciones, tenían una frecuencia y puntualidad perfectas. Fui al cuarto: “Gordo, estoy teniendo contracciones. No son fuertes, pero son regulares…capaz que se viene el parto”. Me reí, me daba gracia decir eso porque mi parto sería una inducción y la semana siguiente. Él también sabía que esas contracciones se podían ir. Capaz fue por eso que se dio vuelta, entre dormido, y esbozó un: “ah, ta..”. Nunca entendió. Siguió soñando.

“Gordo, creo que no escuchaste. Capaz nos tenemos que ir al hospital. Me baño y te levanto”. Ahí reaccionó y de una forma amorosa, y entre risas –en el fondo, él también sabía que lo nuestro sería de inducción- me dijo: “estás segura, ¿no? Sino sigo durmiendo. ¡Son las 6 de la mañana!” Un bombón –¡díganlo!- Obviamente, su cerveza del asado no había sido sin alcohol.

Entré a la ducha, me hice un Vascolet y preparé el mate. “Gordito, dale, vení y conversamos un rato. Si a las 7 sigo así llamamos a tu mamá para que se quede con Alfonsina”.

Pasamos 50 minutos conversando, riéndonos en la cocina y apuntando la frecuencia de las contracciones. Tenía hambre, porque por tanta picada, nunca había llegado al asado. Estaba ansiosa. Me puse a respirar. Tomamos mate. No lo creíamos. El tiempo entre contracciones empezó a acortarse rápidamente y, antes de mensajear a la ginecóloga, le mandé un sms a quien en estos momentos es más importante: la anestesista. “Soy Carolina, para avisarte que estoy con contracciones; para que estés al tanto”. Respuesta: “ok. Avísame cuando estés en el hospital y te revisen”. –No sea cosa que la hiciera levantar un sábado a las 7 de la mañana al pedo. En su lugar, hubiera respondido lo mismo-.

A las 7.20 llegó mi suegra a casa. Ahí sí, las contracciones empezaron a ser FUERTES. Respiraba, contracción, respiraba, contracción. “¡Gordito: nos vamos!”. Él estaba emocionado: ¡qué liiiiindooo, viene Francisca!! Y luego (apunten esta frase porque supera toda capacidad de asombro): “ Igual esperá que me pego una ducha, saco a Jacinto y salimos”. Jacinto es el perro.

A esa altura, escuchaba cada una de sus palabras en cámara lenta, respirando profundo. Me acosté en el piso porque mi cuerpo me pedía eso y esperé el baño y el paseo, porque discutir  solo nos haría perder minutos. Además, sabía que estaba en trabajo de parto pero no quería ser de las que se mueren de dolor y llegan con…3 de dilatación. Entonces, me hice la gauchita.

7.40 am salimos para el Británico por el camino que hacíamos siempre, solo que algún político quiso llenar el ojo y se le ocurrió arreglar todas las veredas del barrio antes de fin de año. Y empezaron por la zona de los hospitales. Nunca pudimos acceder a la puerta de emergencia y tiramos el auto donde pudimos. En recepción nos preguntaron los datos pero faltaban minutos para las 8 y a las 8 es el cambio de guardia en emergencia.

En la sala de emergencia, mientras sucedía el cambio de guardia, sin espectadores a la vista, me puse en cuatro patas. Ahora sí, ya sabía lo que era una contracción. Llegó un paciente: “ah bueno…” Y yo, con la ilusión de que fuera un desconocido, seguí haciendo lo mismo, en silencio.

Ahora sí, sentí que me tiraban un balde de agua encima porque me bañó un líquido imposible de contener. No sabía si estaba de 4 centímetros o de 10, pero necesitaba que alguien me lo dijera.”¿ ¡Alguien me puede revisar??!” pregunté fuerte. “Tranquila gorda, ya vienen, están en cambio de guardia”.

8 y pocos minutos llegué finalmente a la sala de parto. “Estás con dilatación completa” me dijo la doctora de turno y, enseguida, “¡¡completa!!”. Así fue el aviso al resto del equipo. “Tu doctora está en camino, la esperamos”. En ese momento llegó Pablo que, como el parto anterior había demorado unas 12 horas, se tomó unos minutos para ir a acomodar el auto antes que se lo llevara la grúa.

Ya no tenía sentido darme la epidural, de la que soy defensora acérrima. Tenía ganas de pujar y no sabía cómo cuernos era la respiración para aguantar el pujo. La médica de guardia y un doctor que estaba ahí y nunca supe qué hacía, hablaban entre ellos con tono calmo, para distraerme (¿¿Distraerme?? ¿Me estás jodiendo? Estoy por parir!! Sacá a esa niña ya!!! Lo pensé, pero no tuve ganas de ponerme a gritar). La vida me había llevado hasta ahí, y nada de lo que hiciera iba a cambiar mi situación. Me puse a pensar que ya iba a tener a mi hija conmigo y que en cualquier momento, esa sensación de dolor sin escape pasaba.

8.28. llegó Milvana. 8.30 salió Francisca. Luz. El dolor se transformó en emoción y en disfrute. Pusieron a la gordita en mi pecho y entre los doctores hacían apuestas a ver cuánto pesaba ese lechoncito que acaban de sacar. 48 cms, 3520 kg. Sí, adentro de mi metro sesenta. Increíble. Enorme. Foto y whatsapp al grupo “Flia.Anastasiadis”. ¡Nació Francisca!

Esa mañana me sentí plena. Por primera vez había dejado espacio para la sorpresa y me dejé deslumbrar por lo que la vida me había querido mostrar. Aprendí que todos los partos son distintos. Que se puede parir y disfrutar de un parto sin epidural. Que la vida tiene sorpresas increíbles. Que sí, existe la magia y momentos fuera de tiempo y espacio; hay que abrazarlos y sentirlos. Que el dolor tiene mucho de psicológico y que se puede disfrutar. Que los hijos son distintos, desde el comienzo. Y que en el Británico, si tenés ganas de parir, nunca puede ser a las 8 am.

Por Carolina Anastasiadis

6 Comments

  1. Rosana López says

    Excelente! Certero y gracioso. No existe nada como el parto normal sin epidural. Lo mejor por lejos! Que dolor ni dolor. Desaparece el mundo: sólo madre e hijo. Felicitaciones !!!

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  2. Teresa says

    Qué lindo Caro!!! Tal cual uno llega al parto llena de pre-juicios dados por experiencias propias o ajenas y resulta que en el momento nada tienen que ver. Cada parto es único y diferente como cada ser humano!! Solo debemos olvidarnos de todo lo que sabemos y/o pensamos y vivir y disfrutar el momento!! Felicidades!!!!

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  3. Carolina me emocioné mucho xq fue como revivir mis partos. Primero inducción y luego parto espontaneo. Una tía dijo que tenia los ojos «duros»cuando esperaba la inducción ja ja ,estaba locasa!.Toda la suerte con tus hermosas bebas y gracias por compartirlo con las mamasreales!
    besos!!!!!!

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  4. agustina says

    Excelente! Me dejé llevar por tu historia. Estoy esperando el segundo, a ver cómo me va! Una fiel seguidora desde Alemania

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