Mi hijo empezó el colegio la semana pasada y a mí se me ordenaron los días. El comienzo me tomó por sorpresa, pero una vez que terminó el período de adaptación, pude conectar con lo que yo quería hacer este año.
Comencé mi primera clase de yoga y ya siento la gratitud en el cuerpo luego de hacer un gran esfuerzo. Necesitaba estirarme todo lo que podía, para volver a un estado de reposo y comodidad, después de unas semanitas cargadas de preparación para “la vuelta a clases”.
Lo mismo pasó con mi hijo y su energía. Ya al final de las vacaciones estaba pidiendo a gritos reencontrarse con amigos, para «luchar», claro. Fue así como en estos primeros días de clase aprovechó toda esa fuerza almacenada durante meses en los que no pudo ver a «los otros superhéroes”. Con la vuelta escolar, y su respectivo gasto de energía, la casa de repente volvió al equilibrio y la familia se “acomodó”.
En estos días de vuelta a clases y comienzos, caí en la cuenta que, para emprender cualquier actividad, estar con “el traje adecuado” es fundamental. Y no me refiero únicamente a la ropa que nos pongamos, sino a sentirnos confiados con nuestro entorno y con quienes somos. Al fin de cuentas, es lo que nos permite ir por más, por ese “atrevimiento” bien entendido que nos ayuda a ampliar nuestros horizontes hacia lo desconocido. ¡A lanzarnos!
Hace unos días fui con mi superhéroe y su hermana menor al #BackToSchool organizado por GAP. Una merienda en donde mi pequeño superhéroe se sintió tan cómodo que terminó quitando los globos de los maniquíes y corriendo por todo el local. Al leer el motivo de la campaña que tiene a la COMODIDAD como fuerza vital para una feliz vuelta a clases, me cerró todo. ¡La comodidad es necesaria para que ellos se expresen! Y lo es para todos, ni que hablar.
Brindarles a los niños la oportunidad de estar cómodos con ellos mismos, les permite SER sin ataduras, vivir felices con quienes son. Y estamos de acuerdo si afirmamos que este mundo necesita personas más plenas, con una mirada positiva de la vida y del entorno, porque desde allí es más lindo construir.
Cuando los niños se sienten a gusto, preguntan todo, con libertad y sin prejuicios, levantan la mano para hablar en clase si les surge alguna inquietud, se ríen a carcajadas sin reparos, tienen millones de iniciativas, lloran sin vergüenza si así lo sienten; corren, saltan, se embarran, se desarrollan sanos y radiantes.
Es verdad, estar cerca de un niño cómodo consigo mismo puede ser un tanto agotador, pero… ¿hay algo más lindo que verlos crecer en su máxima versión? No lo creo.
Por Federica Cash