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El 90%

Mamá anónima, lectora de nuestro blog.

Hoy me encuentro escribiendo de un tema que si bien toca a más gente de lo que se habla, es un tema del que poco se comenta ya sea porque genera incomodidad o porque no es fácil abrirse.

Buscamos siempre darles lo mejor a nuestros hijos, la educación más alineada a nuestros valores, las actividades y deportes que sumen a su desarrollo, las celebraciones que merecen y que generan recuerdos imborrables. Buscamos, también, cómo lograr unas vacaciones inolvidables, paseos y experiencias en familia, salidas con amigos, programas diferentes, no queremos decirle que no a nada. Intentamos darle un estilo de vida similar a nuestros pares.

Pero… ¿qué pasa cuando queremos darle todo eso, pero la realidad es que no podemos? ¿Cómo reaccionan las familias a las realidades económicamente adversas? ¿Estamos preparados para convertirlo en una enseñanza? ¿Cómo se transforma la vida familiar cuando pasa a «faltarnos» o como popularmente se dice, ya no llegamos a fin de mes?

«Cuando hay, guardá para cuando no hay,» decía mi abuela. Para ella, que venía de una familia tradicional acomodada, siempre hubo, pero igualmente era un modo de enseñanza que valoraba el ahorro, el cuidado y el buen uso de las cosas.

Hoy, los que nos enfrentamos a formar una familia corremos el riesgo de pasar por el momento del «no hay». Y frente a esa realidad, hay dos opciones. Podemos esconder lo que sucede, que no se note que no se puede, o por el contrario, podemos sumar a esta experiencia de vida, una enseñanza.

Estamos inmersos en un sistema que consume permanentemente y no es fácil “no poder”. Tampoco es sencillo transmitir a los niños esta situación, quizás lo veamos como un síntoma de debilidad. Sin embargo, los podemos hacer partícipes de la vivencia de una manera que ellos puedan entender, porque así les estamos enseñando muchísimas cosas.

Integrarlos, haciéndolos conscientes de los momentos difíciles, puede enriquecerlos en niveles insospechados. Desde educar en el autocontrol (quiero pero no puedo), en la empatía (entiendo el esfuerzo y me pongo en el lugar de mis padres), en la resiliencia (más allá de las circunstancias, nos reponemos y seguimos). Pero fundamentalmente, educamos en la sencillez, la humildad y el agradecimiento.

Así, pequeños gustos que en otro momento eran de todos los días, en épocas de vacas flacas son celebraciones familiares que se comparten, valoran y agradecen. Creo que si estas situaciones aparentemente negativas se viven como aprendizajes, se trasmiten enseñanzas muy valiosas. Y luego, cuando la tormenta pasa, porque siempre es así, nos agarra más agradecidos, más unidos, más empáticos.

Porque, en definitiva, la vida es 10% lo que nos pasa y un 90% cómo nos tomamos aquello que nos pasa.

 

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