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Experiencias musicales

Hace unos días, en esas salidas de “soltera” que una se permite como lujo cuando tiene hijos, fui a ver a Jorge Drexler y a Luciano Supervielle con una amiga. Antes de salir, le pedí a ella –también mamá- que se fijara cómo llegar porque nunca había escuchado sobre el lugar. No era el Solís, no era el Sodre, no era el Metro, ni ninguna de las salas típicas de sus presentaciones anteriores. Llegamos y nos encontramos con una cola de dos cuadras para entrar. Lógicamente, aquello no tenía la logística aceitada de un Sodre o Solís. Aquel show iba a ser diferente.

Entramos a nuestra “platea vip”, ahí abajo, al lado del escenario y nos “acomodamos”; paradas. Miré para arriba, hice un paneo de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, bajé la cabeza y encontré una barra (fundamental para quien escribe, con presión baja y tendencia a los desmayos cuando hay mucha gente apretada). Aquello era un boliche. Era “Otro Planeta” (¿se acuerdan?), pero en 2016 y en otra dirección.  A priori me enojó un poco no haberlo sabido antes, para ir de championes cómodos y manga corta, porque lo que nos anticipaba el lugar era que ese no sería exactamente el tipo de show que se disfruta desde el confort de la butaca –y el aire o calefacción de la sala-. “uff,¿toda la noche paradas?”, pensé. El malhumor se me fue con el primer acorde. DISFRUTÉ como hacía mucho tiempo no lo hacía.

Bailamos de principio a fin; y sacudir el esqueleto cuando una pasa los treinta y sus trasnoches no son precisamente por baile sino por desvelos, termina siendo terapéutico. La música es terapéutica. Nos atraviesa siempre, en todos los momentos de nuestra vida, porque somos seres musicales. De niños bailamos, tocamos algún instrumento o transformamos algo en instrumento (la mesa, los almohadones, los vasos). Las nenas hicimos series de Xuxa, de Flavia –está de fiesta-, de Horacio y Gabriela. Nos juntamos para pensarlas, prepararlas y ensayarlas, en tardes de alegría y disfrute que nos dejaban muertas de tanto bailar. La música nos hace bien, y cuando tenemos hijos, la recuperamos (si es que en algún momento la dejamos de lado) y la resignificamos en cada momento que nos disponemos a cantar o bailar con ellos.

La música está presente de manera natural desde que nacemos y escucharla tiene sus efectos. Son los musicoterapeutas los profesionales que conocen cómo usarla para generar efectos positivos en las personas.

Les compartimos una charla con la musicoterapeuta Alejandra Goldfarb, una de las tres socias de “Ajó, experiencias musicales oportunas”, sobre las canciones, las emociones y un espectáculo que estará desde el próximo sábado y durante todos los sábados de abril en el Teatro Solís: El juego se vuelve canción.

En líneas generales, ¿qué es la musicoterapia?

La musicoterapia utiliza la música como medio, no como fin, para atender una necesidad y promover un cambio. Depende de la población con la que trabajes, implica que tú como musicoterapeuta priorices algunos recursos o posibilidades. Si se trabaja con alguien que quedó limitado en algo físico, entonces el acento estará puesto en validar todo lo que está imposibilitado, o lo emocional y mental, por ejemplo.

¿Qué podría aportarle la musicoterapia a los niños y papás?

A un papá de niños pequeños, lo que la musicoterapia le aportaría es un trabajo en lo vincular con esos pequeños. La música es una herramienta inherente al ser humano y que en la primera infancia la usamos inconscientemente. El niño naturalmente baila, canta, toca, explora. Hay una exploración natural del lenguaje musical. Los papás también cantamos mucho más cuando los niños son pequeños. ¿Cuántos recuerdan los cantos en el auto o situaciones de canto habitual en la familia?

En este sentido, la musicoterapia no trabaja una necesidad o un trastorno, sino que sirve para potenciar o promover la salud. Los musicoterapeutas somos primero que nada técnicos en promoción de salud, y cuando trabajamos con niños y papás, el foco está en potenciar un vínculo saludable en esa familia. No se trabaja para lograr que el hijo cante más o mejor. La apuesta es que, de la mano de la música, se potencien, mejoren y beneficien todas las cuestiones que tienen que ver con la relación padre/madre-hijo y las distintas áreas que están en pleno desarrollo y ebullición en esa primera infancia.

¿La experiencia musical compartida mejora el vínculo?

Cuando un niño y su papá o mamá se encuentran en la música, siempre va a ser un momento lúdico y de conexión. En Ajó decimos que en ese rato de taller, la propuesta principal para el adulto es que esté en la situación. Es diferente estar en casa y poner música mientras cocinás, para entretener a tu hijo. Acá estás para divertirte y conectarte con él en ese momento y en ese lugar, con la música.

¿Hay músicas que calman, otras que alteran o estimulan?

No hay una receta para trabajar con música. A mí me puede calmar una canción y a ti poner súper nerviosa. Cada uno vive la música de una manera particular y cada ser tiene una forma de encontrarle el beneficio. El trabajo del musicoterapeuta es decodificar esas cuestiones para buscar la manera de ayudar a cada persona. Hay gente que se emociona escuchando heavy metal. La música obviamente genera un efecto y ese efecto va a ser positivo o negativo siempre en relación a las características de quien lo recibe.

¿Qué podés adelantarnos de El juego se vuelve canción?

En Ajó trabajamos desde 2004 en talleres de musicoterapia y, desde hace un tiempo, empezamos a ver algunos encuentros como espectaculares; nos dio ganas de llevar lo que hacemos a una máxima expresión estética y artística. Lo hicimos a través de El juego se vuelve canción. Se trata de un espectáculo que tiene tintes de taller, muy participativo.

Usamos canciones nuestras y mucha música latinomericana en español. Las canciones invitan a jugar permanentemente mientras estás en ese espacio. Allí, en una sala donde no hay butacas, podés dar la teta, los niños pueden gatear si quieren, o caminar. Sabemos que pueden pasar muchas cosas con niños en ese espacio. La gente va a interactuar con los elementos que llevamos. Son 50 minutos en los cuales no estás siempre en la misma situación. No puedo adelantar mucho más, es una experiencia.

El espectáculo es para niños de 0 a 3 años. ¿Cómo disfruta un bebé de pocos meses una experiencia así?

En esa etapa están en un momento de absorción total. La clave ahí es el adulto que lo acompaña para decodificarle lo que sucede. Proponemos que vengan con sillita de auto o carrito, para que puedan acompañar de forma distinta.

Es importante saber: Ideal un niño por adulto. Hay un espacio destinado a cambiar pañales –biombo mediante-. Los cupos son limitados. El espacio es para 90 personas total. 

Info: Entradas $ 200 cada niño y $200 cada adulto. En boletería del Teatro Solís. Fechas: 9, 16, 23 y 30 de abril. 15 hs. Teatro Solís. Sala Delmira Agustini

Ajó son: Alejandra Goldfarb, Natalia Goldberg, Lili Ramos. Percusión: Pablo Leites. Puesta en escena: Pablo Pinocho Routin.

Por C. Anastasiadis

JOHNSON. IMAGEN

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