Hace unos días leí en La Nación una nota a la canadiense Catherine L’ Ecuyer, especialista en primera infancia. Ella es la autora del libro Educar en la realidad. Entre otras cosas, allí plantea que la educación es siempre humana, que los niños no necesitan tantas cosas para estimularse porque llevan la motivación adentro, y que nosotros como adultos, más que nada tenemos que saber acompañar, ser facilitadores entre el mundo y el pequeño.
A partir de esos disparadores, nos pareció interesante consultar a la psicopedagoga Carina Gersberg, para profundizar en el concepto de motivación, en qué tan importante es este “motor” en el aprendizaje y, sobre todo, conocer qué podemos hacer como padres o educadores para despertar esa llamita o avivarla cuando el niño la ha perdido.
¿Qué es la motivación?
Cuando hablamos de motivación nos referimos al “motor” con el que iniciamos una actividad y la sostenemos hasta lograr una meta. Es un proceso interno, por lo tanto no visible. Lo que es visible son las conductas que provoca, el esfuerzo, la perseverancia, la disposición frente a los desafíos.
A su vez, los motivos que mueven ese «motor» son variados, y nos permiten hablar de dos tipos de motivación. Una que está impulsada por estímulos internos, como puede ser la voluntad, el placer por la tarea, el interés, a la que llamamos motivación intrínseca. La otra, la motivación extrínseca, responde a estímulos externos, como puede ser lograr una recompensa (la aprobación de alguien, una buena calificación, un premio, etc.) o evitar un castigo.
¿El deseo por conocer es algo innato que llega con el niño?
Las personas nacemos con la necesidad innata de aprender mediante las interacciones con el medio. Lo vemos en los bebés que demuestran la necesidad de explorar el ambiente, de interactuar con él para conocerlo, para causar un efecto. Son muy perseverantes en este camino y evidencian gran gusto por los desafíos. A su vez se sienten motivados por los resultados de esa exploración, lo que los impulsa a continuar investigando y aprendiendo.
Estas primeras vivencias de aprendizaje son de especial importancia porque son las que van a preparar el terreno para aprendizajes futuros. Tengamos en cuenta que el nivel de motivación que desarrollamos depende, entre otras cosas, de cuán satisfactorias hayan sido nuestras experiencias previas.
¿Cuánto creés que influye el entorno del niño en su motivación?
El medio influye mucho y puede incluso obstaculizar la motivación. Más que estimularla, lo que debemos proponernos tanto padres como educadores es cuidar esa motivación natural e intrínseca que presentan los niños pequeños. Pensemos en el niño de tres años comenzando el jardín y su enorme capacidad de asombro y de ganas de aprender y experimentar, si observamos que eso se pierde al pasar los años, nos corresponde a los adultos replantear nuestro accionar.
¿Cómo se puede “proteger” esa motivación innata?
Por un lado evitando los halagos o premios excesivos. Las sensaciones de logro que los niños experimentan como resultado de sus acciones son recompensa suficiente. Por supuesto que es importante el reconocimiento y el acompañamiento del adulto. Los niños pequeños buscan constantemente la aprobación de sus padres, dicen «Mirá mamá lo que hice» o preguntan «Papá ¿te gusta?» y está muy bien que le devolvamos un juicio. Pero un juicio honesto. Resulta interesante, en ocasiones, devolverle la pregunta, «¿te gusta a ti?»; para generar el hábito de autoevaluarse y el placer por el logro propio. En algunas situaciones decirle, «¿te gustó hacerlo?» o «¿cómo te sentiste?», es decir, darle más peso al proceso que al resultado porque esto conduce a valorar el esfuerzo y el placer por hacer. No es necesario premiar todo, porque desvirtúa el objetivo y los niños pronto se acostumbran a hacer sus cosas para conseguir premios más que por la satisfacción de hacerlo.
Por otro lado, debemos evitar la ayuda excesiva. Cuando ayudamos de sobremanera al niño que se enfrenta a un desafío, como puede ser por ejemplo en el niño preescolar aprender a atarse los cordones, lejos de colaborar con su aprendizaje, le transmitimos la sensación de que él no puede, y si no se sienten capaces de superarlo, no se motivarán para hacerlo. Ayudémoslo sí, pero en dirección a que lo logre hacer por sí mismo.
¿Qué tanto influye la motivación en el aprendizaje?
Más que influir en el aprendizaje, podemos decir que la motivación es parte del aprendizaje. El aprendizaje es un proceso cognitivo y motivacional al mismo tiempo. Esto quiere decir, que requiere de capacidad, estrategias y conocimientos por un lado, pero también de disposición, interés y motivación, por el otro. Sin alguno de estos componentes, no sería posible. Un antiguo dicho popular nos dice que «No se puede aprender lo que no se quiere» y lo considero muy cierto. Hay especialistas en el tema que hablan del aprendizaje como el resultado de la habilidad más la voluntad.
¿Es un problema hoy en día?
Actualmente hay una preocupación recurrente y bastante generalizada por la falta de motivación en los niños. Principalmente se habla de desmotivación escolar y su relación con el fracaso académico; un tema extenso que tiene múltiples variables. Pero también vemos, y es más preocupante aún, que están perdiendo el deseo. Muchas veces les preguntamos a los papás qué es lo que motiva a su hijo, y las opciones son pocas; incluso a veces es una pregunta sin respuesta.
¿Por qué ocurre esto?
Pienso que una de las causas puede ser la sobrecarga de estímulos. Cuando existen tantos estímulos que vienen desde el exterior, se opacan los estímulos internos. Un exceso en los estímulos externos vuelve a los niños pasivos y dependientes de éstos, ocasionando el efecto contrario al deseado. La pasividad es opuesta a la motivación.
También vemos algunos papás reconocer que sus hijos tienen todo, y al tenerlo todo, se renuncia a desear algo y al esfuerzo para conseguirlo. No logran proponerse metas, las metas son partes del proceso motivacional.
¿Qué podemos hacer como papás o educadores con un niño desmotivado para que se motive?
- Sugiero tiempo y atención. Estar atentos a lo que apasiona a los niños, valorarlo y estimularlo. Cuando vemos un niño involucrado en una tarea, es importante propiciarle el tiempo suficiente para que la concrete. El pasar rápidamente de una tarea a otra, no deja lugar a sostener el esfuerzo. Reconocer los logros de los niños, pero más importante aún es valorar sus procesos, que es lo que promueve el placer por aprender.
- Menos tecnología y más oportunidades de descubrir el mundo. Reencontrarse con esa motivación primaria y cuidar la capacidad de asombro.
- Proponerles actividades con una dificultad ajustada a sus capacidades. Si la tarea es demasiado sencilla, no implica ningún desafío, pero también si está muy alejada de sus posibilidades resulta desmotivante. Si le damos al niño estrategias para resolver una situación que antes no podían resolver y la resuelve de forma exitosa, esto provoca una sensación de eficacia personal que impacta en el autoestima. Niños con elevada autoestima se sienten confiados y capaces de enfrentar nuevos desafíos. No alcanza con decirle al niño que puede, pongámoslo en situación de poder lograrlo.
- Es importante como papás o educadores, recordar que la motivación es un proceso interno y personal, lo que conduce a aceptar que no siempre lo que motive a nuestros hijos o a nuestros alumnos será lo que nos motive a nosotros mismos. Ayudémoslos a fijarse metas, metas personales, que sean realistas y démosle herramientas para alcanzarlas.
Por Carolina Anastasiadis
Buenísima nota! Muy interesante y de mucha ayuda.
Besos!!!!
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