Hace unas semanas, en una de esas rondas en las que me encuentro con frecuencia, la charla derivó en un tema recurrente en los grupos “mujeres +30”: maternidad. Una de las chicas se acababa de enterar que esperaba 2. “Fui a la primera eco, empezó a mirar raro y dijo: ¡¡sorpresa!! ¡¡Son 3!!”… La cara de los padres era un poema, entonces les aclaró que les estaba haciendo un chiste: “Mentira, son dos”. Una estrategia altamente efectiva para amortiguar el impacto de unos padres que ya tienen un nene y que tras, largas idas y vueltas, decidieron por fin, darle un hermanito.
“Tengo que cambiar el auto, la casa, alimentar tres bocas”, seguía la madre, enredada y sucumbida en sus hormonas, su malestar y con la incomodidad de un pantalón cuyo botón pedía a gritos ser reemplazado. “Es una bendición, lo sé, pero lo primero que hice cuando me enteré fue llorar dos días”, agregó. Hoy está feliz, con su doble positivo asumido.
Al rato, en la misma reunión, una de las chicas, joven y soltera, agregó que por el momento, había decidido no ser madre. “¿EHH? Estás segura? Pero, ¡si vivís hablando de tus sobrinos!”, cuestionaron las concurrentes mientras ella, firme en su posición, argumentó que con todo lo que escuchaba del tema, cada vez estaba más lejos de desearlo.
Pocos días después, leí una columna en la que una mujer de 35 contaba que por distintas razones había decidido no tener hijos (también, “por el momento”). Una amiga me la envió y acotó “y sí, las mamás, damos miedo, ¿te das cuenta?”.
¡¡Sí!!! Las madres a veces nos pasamos de queja. Los primeros días nos fastidiamos con motivos varios y lo contamos, obvio (dolores del parto, de tetas, de espalda… por nombrar algunos). Pasan los meses y tenemos una sensación que nos invade y se nos escapa por la boca “¡¡que crezca de una vez!! ¡Quiero recuperar un brazo!» -por no hablar de «vida»-, porque hace rato que cocinamos, ordenamos, lavamos, hacemos y deshacemos con el brazo que nos queda libre de la upa.
Siguen pasando los meses, el bebé camina y nos damos cuenta que lo que creíamos que ganaríamos en independencia termina siendo una total DEPENDENCIA –en mayúscula y sin el “in”-. Ahora al nene hay que seguirlo a todos lados si no queremos encontrar nuestro celular en el fondo del wáter. “Era más fácil cuando no caminaba”, nos lamentamos. Y si no lo gritamos, lo decimos en confianza… o lo pensamos (con culpa, claro).
Las mamás damos miedo. Porque nos quejamos todo el tiempo, pero sobre todo, porque quien no se ha metido en este baile debe de pensar que estamos dementes. Por un lado nos escuchan (y nos ven, ¡que es peor!) maldecir por las náuseas antes del nene, por los rollos después, y por el cansancio todo el tiempo. Y a la vez, en una misma conversación, nos escuchan hablar del niño y la maternidad con una devoción absoluta, porque ese bebe que nos dio náuseas y generó rollos, nos tiene muertas de amor. Al decir de nuestro discurso, el bebé pasa en un lapso de cinco minutos de ser la encarnación de Satán, a un pequeño Buda revelador de maravillas.
La contradicción y los sentimientos extremos llegan junto con los primeros escarpines que entramos a casa. Pero lo más interesante de esto, es que son sentimientos que se validan cuando conviven, porque no podríamos quejarnos de las náuseas si no pasáramos por un embarazo… ni podríamos descubrir un nuevo significado de lo bello sin tener la oportunidad de ver la perfección de la vida en esas empanaditas que el bebé trae por pies.
La expresión de esas contradicciones hace que las mamás demos miedo, y a veces, cuando lo noto, siento que la queja es el gran deporte maternal.
…en esas me descubrí hace unos días hablando con mis amigas y… quejándome porque mi beba de año y medio aún toma teta. Quiero que la deje, y maldigo porque “no puede ser que no agarre una mema”, pero en el fondo… y no tan allá abajo, sé que la que no larga soy yo, porque adoro ese encuentro de miradas cuando está en el pecho y esos minutos en que estamos las dos, nos invade la paz y lo más importante está ahí, tan potente, que soy incapaz de irme hacia ningún otro lugar.
Por Carolina Anastasiadis
Hermoso artículo!!! Terminé llorando… yo soy una de esas madres que creí no iba a serlo. Las miradas que se enlazan madre-hijo y la fuerza que nos lleva a ellos todo el tiempo es algo así como sobrenatural y solo lo entendes…. cuando te sucede!!
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