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Hay 10 cosas que te quiero decir…

No voy a dar vueltas. Cuando quedás embarazada hay una cruda realidad que choca contra vos y rompe en pedazos el castillo encantado de la maternidad que a una le dibujan de chica cuando le regalan una muñeca.

Hay cosas que nunca te dicen y muchas otras que te las dicen mal, por eso, en un acto de honestidad brutal –o bruta-, me decidí a rebatir cada una de esas premisas, para hacer sentir mejor a las embarazadas y mostrarles que, como siempre, la realidad tiene poco de perfecta, más allá que sea divina.

 “¡La panza es divina, vas a ver que luego la extrañás!”. La panza redondita y eso de “estás como si te hubieras comido un carozo” o “sos una víbora con un nudo” es mentira. A los ojos de otros y haciendo alguna magia con la ropa, podemos pasar por lindas embarazadas, pero lo cierto es que entre los 3 y los 6 meses de embarazo, en ropa interior, una se ve y se siente como un sapo. Más allá de los kilos que se engorden, mientras se produce la mutación de “pancita” (de gorda) a una panza de esas que obligan a dejarte el lugar en la caja del supermercado, una se siente cualquier cosa, menos divina.

“¿Puedo tocar?”. Aunque no les digas “sí”, lo van a hacer. Es una pregunta retórica. Cuando estás embarazada, tengas o no tengas panza, para el mundo es como si tuvieras un cartel con la leyenda: toque, aquí hay un bebé. Así no se note, la gente cree que es simpático tocar. Y no hay nada más fastidioso e incómodo que te esté tocando la panza un primo, un tío o un compañero de trabajo, porque además, hasta que el niño que está adentro no tiene un peso considerable, lo que tocan es más que nada gordura.

“El embarazo es el estado ideal”. Mentira. El embarazo son 9 meses (que en semanas son 10) de hormonas alteradas. Una se siente ovárica o a punto de menstruar durante casi un año. Hinchada, por momentos con las lolas doloridas, a veces con un hambre voraz, llena de granos, pies hinchados, con sueño todo el día, cansada, a punto de llorar con cada noticia del informativo y con una irritabilidad que si el marido sobrevive es por la esperanza de que le daremos un hijo.

“Vas a ver que hay un momento que estás horny”. Error. Es decir, una puede estar como sea, el tema es que no hay chances de sentirse realmente atractiva con una panza de 10 kilos. Aunque se pone peor luego del parto, con la lactancia, porque ahí sí, las hormonas inhiben todo gesto amoroso que la racionalidad imponga para con el marido. El amor y los mimos son naturalmente para el hijo.

“Aprovechá a dormir”. Ya sabemos que el sueño no es acumulativo y que por más que nos empeñemos en dormir 10 horas durante cada día de los 9 meses, el cansancio posterior es inevitable. Además: ¿cómo se puede descansar bien si la panza te obliga a dormir solo boca arriba y a levantarte cada dos horas para hacer pis?

“Cuando tengas al bebé, se te van todas las pavadas”. Puede ser. Muchas se van si una logra pasar el dolor y la incomodidad que genera la episiotomía. Pero lo cierto es que es difícil concentrarse en lo importante con puntos que tiran allá abajo y un dolor que te impide sentarte durante una, dos y hasta seis semanas como una persona normal en una silla. De aquello, ni hablamos. Creo que la famosa cuarentena es la formalidad que encontraron los médicos para cuidar, aunque sea un poquito, a las mamás en su puerperio. A ellos: Gracias.

“Vas a ver lo lindo que es amamantar”. Su mirada cuando está comiendo es de las cosas más lindas que una puede experimentar en la vida. Ahora, qué difícil concentrarse en la mirada y los mimos del bebé las primeras veces que el recién nacido se prende a la teta. Una siente pinchazos en cada uno de los conductos que se van “limpiando” para que el alimento pase. Lo bueno es que a la semana, el dolor fuerte pasa.

“Si duerme bien, estás salvada”. Si duerme bien, probablemente te tengas que levantar en la madrugada a sacarte leche antes de que las tetas te exploten o te agarres una mastitis que te haga llorar de dolor.

“Lo bueno es que te olvidás de la menstruación”. Verdad a medias. Te olvidás durante 9 meses pero luego del parto, nadie te avisa que estás dos y hasta tres semanas sangrando. Es cierto que con el bebé en brazos, poco te importa eso ni usar durante esas semanas unos apósitos que te hacen sentir como una vieja con pañales.

Y la última y seguramente más importante: Te cambia la vida. Es verdad, con todo lo bueno y malo que los cambios tienen. Mujeres, a no ilusionarse ni a soñar con papelitos de colores… un hijo es un VIAJE; te modifica, te descoloca, te enseña, te hace crecer. Como todo viaje implica sacrificios, cansancio, dinero que se va, incomodidades y mucho, mucho de adaptación. Por supuesto que también, como todo viaje, tiene el lado de disfrute que seguramente es lo que nos impulsa a realizarlo. Pero este viaje es único; sublime: nos puede sorprender, fascinar y deslumbrar mucho más que cualquiera de las 7 maravillas del mundo.

 

(Nota: Este texto es parte del libro «Mamás Reales. Ensayos, entrevistas y confesiones de una principiante». Contiene notas en primera persona, pero además entrevistas a profesionales, especial para acompañar  a la embarazada durante la previa y los dos primeros años de crianza. Es de editorial Aguilar y cuesta $ 490. Se encuentra en librerías)

 

 

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