En una casa de El Pinar, niños de 1 a 3 años van a jugar en la tarde. Van a aprender, a sintonizar con otros y a empezar a desplegar sus alas de a poquito. Allí, desde su instinto propio y sin apuro, empiezan a entender de qué va la vida a través de experiencias sencillas y significativas. Gracias a la seguridad que emana del entorno y de quienes acompañan, se lanzan, cada uno a su ritmo, a la aventura de explorar, de crecer, de integrar e incorporar.
Camila Jettar y Verónica Zavadszky son quienes llevan adelante el proyecto llamado Experiencias Vivas. Ambas madres, encontraron a través de sus hijos el propósito de acompañar a niños y niñas en sus primeras aventuras fuera de casa. Dónde y cómo lo hacen, es gran parte de la cuestión.
Camila, madre de Paloma y Apolo, cuenta lo que significa este proyecto: “Crear junto a Vero un espacio así, es aportar algo de mí para que las infancias cuenten con más lugares donde ser tratadas con respeto, suavidad y amorosidad”.
Verónica, por su parte, madre de Martina, Lupe y Lila, cuenta que tras un largo recorrido, Experiencias Vivas refleja y expande de manera genuina todo su sentir, pensar y hacer. Su recorrido vocacional empieza en el inicio de todo, acompañando procesos de gestación, partos, puerperios y crianzas como Doula y Educadora perinatal, de manera comunitaria. Siempre disfrutó estar rodeada de niños y niñas, por eso también se formó como educadora en primera infancia y descubrió distintas pedagogías y formas de acompañar el aprendizaje, desarrollo y la crianza. Hoy, en este proyecto, encuentra lo que necesita para seguir desarrollándose.
Con respecto a la idea, Verónica cuenta: “El proyecto empezó a gestarse en el 2021 con un enfoque muy “Pinar”, mucha naturaleza. Yo me había quedado sin trabajo y Apolo, el hijo de Cami, se había quedado sin jardín, en plena pandemia. Cami fue quien primero se convenció de la idea y convocó a dos chicas más, Maru y Paula, con quienes nos reunimos y decidimos hacerlo. La idea empezó a tomar cuerpo; se fue materializando. Así sucedió. Empezó a fines de mayo del año pasado con cinco chicos, y fue maravilloso. Abrir un espacio diferente, focalizado en los intereses que tienen los niños, sin exigencias y con mucho respeto, fue hermoso.”
La idea para Camila surge de atravesar su experiencia como mamá: “Estaba siendo un desafío encontrar un lugar acorde a lo que yo sentía que debía brindar un espacio. Algo más parecido a un hogar que a una institución. Un espacio que actúe como “cordón umbilical” del hogar. Buscaba menos ruido, más sintonía con los niños, más abrazos y miradas, y al no poder encontrarlo surge esta idea. El proyecto nace de mi inquietud como madre, al sentir que mi hijo aún no estaba listo para jardines convencionales, y también como aporte a la sociedad. Aquí las curiosidades que traen los niños son la guía a seguir, no hay un programa preestablecido. En esta propuesta hay predictibilidad pero también mucha flexibilidad”.
Los niños y niñas son los protagonistas del espacio. Se trabaja mucho con «materiales no estructurados» que pueden manipular y desarmar a su gusto. No hay cosas súper luminosas y estimulantes, sino cotidianas (como un frasco de shampoo o una caja, por ejemplo) que funcionan como medios para que brille la expresión creativa de los pequeños. “Son materiales que pueden tener mil usos”, cuenta Verónica.
Por otro lado, en el espacio no se dividen a los niños por edades sino que se encuentran todos juntos en una misma sala o jardín. “Entremezclar las edades tiene muchos beneficios”, dice Camila. “La idea es que a través de compartir con otros más grandes o más chicos, se puedan desarrollar habilidades como la empatía, con un niño más pequeño, por ejemplo, o aprender de una niña más grande que ya sabe hacer cosas solita. Es muy beneficioso porque además así es la vida real”, agrega.
También es muy enriquecedor lo que sucede con las familias que eligen el espacio. Allí encuentran algo más que un simple jardín donde dejar a sus hijos. Encuentran un lugar donde crear comunidad. Donde se dan encuentros honestos y una escucha real. “Acá conversamos de todo. Hablamos sobre lo que viven como familias en estas etapas que son muy desafiantes. Nos sacamos las caretas y hablamos con confianza. Las familias que vienen están muy contentas, se sienten agradecidas y sostenidas”, cuenta Verónica.
A todo esto se le agrega el desafío de la autogestión. El proyecto de Verónica y Camila es cien por ciento llevado adelante por ellas, con todo lo que ello implica. Sin embargo, confían en el espacio y esperan para el 2023, seguir creciendo de manera sostenida con la convicción de estar haciendo algo trascendente.
Por Federica Cash