Mamáaaaa!
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Las maravillas de la vida

Pablo volvió de pasear a Jacinto con Alfonsina, nuestra nena de 3 años. Ese sábado de noche estábamos en la Floresta, un lugar que fue escenario de inmensos veranos de mi infancia y adolescencia. Un balneario al que he vuelto siempre, y esta vez me di cuenta que lo venía revisitando distraída.

Volvieron de caminar por la rambla, que de noche luce perfecta para quienes les gusta admirar la naturaleza así como viene, sin tanto filtro. “Pasamos increíble”, me dijo él apenas volvió;  y agregó: “escuchamos el ruido del mar”. Aclaro que el mar no siempre se ve en la noche de la Floresta, aunque algunas veces en verano, lo deschava una luna gigante que parece salir de la chimenea de una casa de Costa Azul –balneario vecino-.

La emoción del papá en su comentario me llevó de inmediato a eternas noches de conversación en esa misma rambla, con amigas, cuando tenía 12 o 13 años. “¡Woow!” pensé. Sentí un dejavu de inmediato junto con ese comentario. Y caí en que con los hijos, y los niños en general, los adultos recuperamos esa llamita que se enciende al descubrir lo nuevo, esa que perdemos a medida que pasan los años, cuando empezamos a dar el mundo por sentado.

Por lo menos eso pasó en casa. Con niños en mi familia, los adultos volvimos a apreciar el placer de dibujar con crayolas (¡con su particular “olor a crayolas”!), empezamos a prestar atención a los toboganes y hamacas que durante años fueron parte de un escenario invisible –a pesar de que estaban ahí-… y junto con ese cambio de rutinas, paseos y tiempos, recuperamos esa grata sensación que se siente al escuchar el crujir de las olas cuando no las podés ver…ese olor tan rico a eucaliptus en las plazas… la admiración hacia la luna cuando sale o al sol cuando se va… Con el comentario del papá, caí en que cuando acompañamos a los niños a crecer y lo hacemos de corazón, logramos poner nuestros ojos a su altura –bajita- y nuestro asombro también a su altura –¡bien alto!- ,  y logramos ver el mundo distinto, con nuestros sentidos más que con nuestra razón. Digamos que con su sabiduría, ellos, tan pequeñitos, son expertos en mostrarnos las verdaderas maravillas de la vida.

Por Carolina Anastasiadis

 

JOHNSON. IMAGEN

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