Cuando Florencia Basaldúa tuvo su primera hija hace 11 años, su cerebro “explotó”. Sintió una fuerza instintiva tan determinante, que su mirada de la vida cambió para siempre. Tan así fue la transformación, que se volvió una investigadora del apego y empezó a dedicar sus días a acompañar a mujeres en etapas de amamantamiento y puerperio, uniéndose a la Liga de la Leche como voluntaria, y formándose como Doula.
Es Licenciada en Comunicación y logró formarse en Estados Unidos en la Attachment Parenting International, una organización que sistematizó los conceptos de la crianza con apego y generó una metodología para ello. También se especializó en Disciplina Positiva, y actualmente trabaja en colegios con el fin de enseñar el nuevo paradigma, que busca, entre otras cosas, salir del sistema de premios y castigos para entrar en una lógica de responsabilidad y respeto mutuo.
Desde el 2009 brinda talleres para conscientizar a padres y responsables a lograr crianzas sanas, basadas en el amor y el respeto, porque, como dice la frase del Psiquiatra Charles Raison «Una generación de padres profundamente amorosos puede cambiar el cerebro de la siguiente generación, y con ello, el mundo».
Florencia vive en Buenos Aires y en noviembre llega a Montevideo para brindar un taller de tres días sobre estos temas. De sus charlas en nuestro país, de su experiencia personal y de algunos conceptos básicos de la crianza consciente que propone, charlamos con ella.
¿Qué te pasó cuando tuviste tu primera hija? ¿Por qué decís que «te explotó el cerebro»?
Enseguida del nacimiento de mi hija Sofía, tuve la suerte de irme unos meses a vivir afuera, con mi marido y ella. Eso significó una soledad cuyo costado positivo fue la ausencia total de condicionamientos: ni pediatra, ni suegra, ni amiga, nadie estaba ahí diciéndome cómo tenía que hacer las cosas con mi bebita. Fue un momento impresionante de conexión con mi propio instinto y con Sofi, de poder descubrir sin juicios de valor qué era lo que nos funcionaba, lo que ella necesitaba, y descubrir también que yo tenía la capacidad para maternarla, para consolarla, alimentarla y responder a sus demandas. Yo podía. Yo sabía. Esa sensación de poder marcó un antes y un después en mi vida. Me sentí capaz y fuerte, inclusive en los momentos de duda o aflicción, porque los iba sorteando, y Sofi crecía, feliz y sonriente, en paz. No tardé mucho en darme cuenta de que no estaba haciendo «el típico camino». La amamantaba siguiendo sus señales, y no el reloj; cuando a la noche la beba mostraba necesidad de estar pegada a mí, no dudaba un segundo en traerla a mi lado y así dormíamos. No veía la necesidad de «acostumbrarla» de forma más o menos forzada a ritmos que no me parecían naturales para una bebita tan chica. En fin… claramente estaba criándola siguiendo su pauta, mirándola de cerca, ¡y esto funcionaba! Mi sensibilidad aumentaba y me sentía profundamente enamorada de mi hija, y de mí misma como madre. Claro que no todo siguió siendo tan lindo y poderoso, con el crecimiento de Sofi y el nacimiento de otros hijos, llegaron mis desafíos y mil preguntas. Pero esa sensación de poder y de amor profundo que me atravesó durante mi primer año como madre, dejaron en mí una huella profunda y una base sólida para todo lo que vino, y sigue viniendo.
Y cuando digo «me explotó el cerebro», me refiero a una sensación profunda de transformación y de crisis vital; algo que, cuando tuve la oportunidad de comprender algo sobre neurofisiología de la maternidad, comprendí que era exactamente lo que sucede: el cerebro de una madre sufre una transformación profunda durante el embarazo, el parto y el puerperio. Así que la expresión es bastante literal.
¿Qué te motivó a acompañar a mujeres durante su etapa de amamantamiento y puerperio? ¿Desde qué lugar intentás hacerlo?
Además de toda esta «explosión de amor» que experimenté con mi maternidad, también toqué más o menos de costado, sus aspectos más ásperos. Sobre todo en los nacimientos de otros hijos, tuve la experiencia del miedo, la tristeza, el bloqueo, por distintas razones, algunas externas y otras internas. Aún en medio de un puerperio feliz, una madre normal atraviesa oscuridades profundas, días de mirar cara a cara a fantasmas propios, soledades que nos pueden petrificar, en fin, las sombras propias. Esa experiencia me hizo salir siempre a buscar la compañía en otras mujeres, mujeres que en lo posible resonaran en mi misma clave, que estuvieran en mi misma búsqueda de una crianza sensible y de un camino de toma de consciencia. Y yo encontré esas mujeres, y fueron para mí un remanso importante sobre todo en los momentos de oscuridad. Algunas de ellas se convirtieron en amigas íntimas, con otras sólo compartimos un trecho del camino, pero en ese momento fueron mi red de sostén. A raíz de esa experiencia es que me sentí llamada a ser red para otras. A tener para alguna madre triste o desolada, una palabra de aliento, un «te entiendo», y algo de información objetiva que iluminara el momento.
Intento acompañar desde el lugar más rebelde, en una cultura que nos ha alejado mucho de nuestra sensibilidad materna, de nuestra posibilidad de hacer contacto con nuestro deseo profundo y con el instinto natural. El lugar de madre es poco valorado por la cultura, pero es el espacio social más fundamental para el desarrollo de una comunidad.
¿Por qué el paradigma de la crianza está cambiando?
Creo que desde tiempos inmemoriales la cultura occidental, no tuvo consideración del niño como persona real, como sujeto pleno de una vida emocional. Cuando el niño dejó de ser considerado una propiedad cual objeto, pasó a ser alguien a quien había que entrenar, controlar y formar a nuestro gusto para que alcanzara la adultez lo antes posible y se convirtiera en un miembro útil de su sociedad. Estas ideas permearon la tradición de la crianza durante siglos. El ser humano valioso desde esta perspectiva cultural era el adulto productivo, y el mundo emocional de los niños (y de las mujeres para el caso) era negado o reprimido. Así es como teorías conductistas en el ámbito de la crianza tuvieron tanta cabida: lo importante en la crianza de niños era controlar su comportamiento y apresurar lo más posible su independencia. Esta herencia aún sigue vigente, muchas veces disfrazada de algo más aceptable, pero son ideas que han calado muy profundo en la psiquis cultural y que muchos de nosotros tenemos muy inculcadas. Hay muchas razones por las que en todos los ámbitos de lo humano, estamos presenciando un cambio de paradigma. La realidad de las minorías, la democracia como sistema político, la mirada inclusiva, un empoderamiento de la mujer, una mayor comprensión de la inteligencia emocional, la explosión de las neurociencias… todo esto y más, son hechos que se influyen entre sí y nos corren velos, nos permiten ver la realidad en sus múltiples capas, o al menos, algo más de esta realidad. Hoy está bastante extendida la noción de que la felicidad del adulto tiene alguna relación con lo que vivió de niño. También hoy estamos siendo testigos del fracaso estrepitoso del paradigma consumista e individualista. Algo está transformándose, lo que no quiere decir que veamos el cambio de forma pareja y prolija, claro que así no funciona el mundo.
¿Por qué considerás que el sistema de premios y castigos está agotado? ¿Qué deberíamos lograr a cambio?
Porque quizás es interesante comprender la crianza y la educación como el proceso de enseñanza de habilidades para la vida, y no como una serie de actos para modificar la conducta de nuestros hijos. Cuando empezamos a ver la crianza como el momento de la vida de una persona durante el cual está desarrollando habilidades que le van a permitir expresar su potencial y ser feliz, entonces empezamos a entender los errores como oportunidades de aprendizaje, y empezamos a considerar nuestro rol como padres desde otro ángulo. Los premios y los castigos constituyen motivaciones externas, y en un verdadero proceso de maduración a lo que hay que apelar es a las motivaciones internas. Todos los padres queremos que nuestros hijos logren eventualmente el autocontrol y la autodisciplina (además de muchas otras habilidades humanas de alto valor). Cuando nuestro patrón de interacción con nuestros niños es el premio y el castigo, no estamos caminando en ese sentido. La forma de educar en la responsabilidad y de permitir que nuestros hijos desarrollen una sana imagen de sí mismos y sepan bien-amar, para ser bien-amados por otros, es a través del establecimiento de límites basado en el respeto hacia sí mismos y hacia los demás. Esto se logra con diálogo y razonamiento, atendiendo su mundo emocional y trabajando sobre nosotros mismos como padres, para poder ser modelos de rol valiosos y buenos referentes.
Con tanto conocimiento sobre cómo traer hijos al mundo de forma amorosa y respetuosa, así como criarlos como merecen, ¿cómo ves a tu propia experiencia? ¿Es difícil aplicar lo que sabés en casa?
Es más que difícil. Como todas las madres del mundo, tengo días en los que siento que voy bien, que voy logrando hacer crecer en mi corazón todos estos frutos de una crianza más compasiva, y así logro volcarlos sobre los que me rodean. Otros días son absolutamente frustrantes, y me veo repitiendo fórmulas viejas e ineficientes, soltando mi enojo, esperando que mis hijos controlen su comportamiento siendo yo misma incapaz de controlar mío. Esos días son días malos, pero también estoy aprendiendo a verlos como oportunidades de aprendizaje. No me exijo estar en la meta, sé que eso no es lógico, ni para mí ni para mis hijos. Intento ser aceptante de mi limitación, y también trato de que en casa todos podamos reírnos de nosotros mismos un poco más.
Para terminar, ¿en qué va a consistir el taller en Montevideo?
El taller en Montevideo va a ser breve, y eso siempre me da un poco de nervios. Porque es difícil entrar en profundidad en todos estos temas cuando hay poco tiempo. Pero básicamente la idea es tomarnos el primer día para hablar del apego, para comprender las necesidades básicas de los niños y para entender cómo estamos constituidos emocionalmente. El segundo día voy a entrar directo en el tema de la disciplina positiva, que es sólo uno de los principios de la crianza con apego, pero uno de los más candentes. Ese día voy a intentar dar un marco teórico para las bases de la disciplina positiva y una breve revisión de por qué no funciona la disciplina más punitiva. Y el tercer día quisiera hacer ejercicios vivenciales de disciplina positiva, que sea un taller bien práctico.
Por Federica Cash
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