Pocas sensaciones generan más placer en la vida de un ser humano que la de sentirse comprendido por sus personas significativas. Sentir que nos conocen y nos ven de verdad, reconforta el corazón. Brinda la seguridad de sentirse amado, considerado, cuidado y respetado.
Saber mirar a los hijos, es una capacidad muy valiosa que constituye el punto de partida para hacer una lectura sensible de sus comportamientos y responder adecuadamente a sus necesidades, experiencias y emociones. Con la observación, se abre la posibilidad de tender el puente, porque mirar profundamente y con curiosidad, es disponerse a conocer al otro.
El arte de descubrir a los hijos, requiere de tres capacidades que permiten construir lazos cálidos y cercanos: la de leer, interpretar y dar una respuesta sensible a los estados emocionales y vivenciales de nuestros hijos.
Pero esta postura no comienza cuando los niños empiezan a hablar. Desde el nacimiento ya podemos entrenarnos en esto de interpretar sus llantos, sus miradas, sus risas, su manera de estar en el mundo. Observándolos con curiosidad, podemos desde el principio, conocer sus gustos, sus miedos, sus preferencias e inquietudes.
Si aprendemos a vincularnos así desde temprano, buscando sintonizar con su universo y sus emociones, a medida que crecen, ese ejercicio de verlos se volverá una práctica cotidiana y natural. De esta manera el hijo se sentirá escuchado y respetado, y los padres o adultos que compartan su tiempo con el niño vivenciarán el regocijo de conocerlo, de estar cerca, y de ir construyendo día a día un vínculo honesto y amoroso.
Desde esta intención abierta y disponible, podremos ingresar a sus corazones, y así permanecer juntos aún en las distancias cotidianas. Pocas cosas dan más placer que sentirnos reconocidos en los ojos de los adultos importantes de nuestras vidas. Así que ya saben, si quieren influir de verdad en el corazón de sus hijos ¡a leer, interpretar y a responder con sensibilidad! Eso no es más ni menos que APEGO.
Por Federica Cash
